banner edicion impresa

Cultural Más Cultural


Nuestro hogar será una capilla de amor


Publicación:04-08-2019

TEMA: #Dios  

version androidversion iphone
++--

Mi segundo punto es que necesitamos recuperar la narrativa cristiana, la visión cristiana de la vida y de la felicidad humanas

Recuperar la historia cristiana

Mi segundo punto es que necesitamos recuperar la narrativa cristiana, la visión cristiana de la vida y de la felicidad humanas.

Hemos permitido que nuestra civilización tecnológica y nuestra economía consumista moldeen nuestras prioridades e ideas acerca de lo que es real y verdadero, y acerca de lo que le da sentido a la vida.

Pero como cristianos, somos los guardianes de la verdad real sobre la vida y el destino humanos, sobre esa asombrosa realidad de que todos fuimos creados por un Dios que nos ama como padre y que nos llama a vivir como una única familia.

Pienso en aquellas hermosas palabras de Juan Pablo II, que pronunció al comienzo de su pontificado: “Nuestro Dios, en su misterio más profundo, no es una soledad, sino una familia, ya que tiene en sí mismo la paternidad, la filiación y la esencia de la familia, que es el amor”.

Tenemos que comunicarle esta buena noticia a nuestro prójimo: que este Dios de amor, que creó las galaxias, los océanos y las montañas en el principio de los tiempos, todavía está actuando hoy, todavía sigue creando.

Todo lo que existe, proviene del pensamiento de su amor. Eso es lo que significa la vida de ustedes y la mía, y eso es lo que significa la vida del niño que está naciendo en algún lugar en este instante.

Y Dios pretende que su plan para la creación, para la historia, se desarrolle a través de la familia humana.

Éste es el motivo por el cual la Biblia empieza con una boda, con el matrimonio de Adán y Eva en el jardín del Edén. Y ésa es la razón por la que las últimas páginas de la Biblia nuevamente nos presentan una boda, la cena de bodas de Jesucristo con su Esposa, con su Iglesia, al final de los tiempos.

Desde el principio, Dios está creando —a partir de todos los pueblos de la tierra— una sola familia, la familia de Dios: su Iglesia.

Así que no es una casualidad que Jesús haya venido a este mundo, naciendo del seno de una madre y que haya sido criado en una familia humana. Y no es coincidencia que haya realizado su primer milagro público en una boda.

Amigos míos, ésta es la historia que se nos ha confiado. Y ésta es la razón por la cual, lo que ustedes hacen en sus propios hogares y lo que están haciendo en sus ministerios para apoyar a los matrimonios y a las familias, es tan importante.

Dios nos está invitando a todos a participar en el misterio de su propia obra creadora y en su propio plan para la redención del mundo.

Estamos llamados a ayudar a cada pareja casada a realizar esta vocación: a vivir su amor para siempre en una entrega mutua y completa de sí mismos; a renovar la faz de la tierra mediante los hijos, que son los frutos de su amor y del amor precioso de nuestro Creador.

Nosotros somos la respuesta a los desafíos de nuestros tiempos

Permítanme tratar de resumir mis pensamientos y de ofrecerles unas cuantas conclusiones.

Esta noche empecé hablándoles de una película en la cual un joven llamado Michael argumentaba apasionadamente que el hecho de traer a un niño a este mundo es algo equivocado. Y como les dije antes, creo que la Iglesia —y eso implica, todos nosotros— necesita hablarles a todos los “Michaels” de nuestra sociedad actual.

Una sociedad en la cual ya no nacen niños es una sociedad en la que las personas ya no entienden lo que hace que la vida valga la pena de ser vivida, o lo que le da sentido a la vida.

Amigos míos, ustedes y sus familias y los ministerios que promovemos en nuestras parroquias y en nuestras diócesis, somos, todos, la respuesta a este desafío.

No se trata sólo de dar a luz a los niños. Se trata de desarrollar la esperanza. Se trata de vivir con confianza en la Providencia de Dios, de saber que Él nos ama y nunca nos abandonará, sin importar qué es lo que pueda suceder en este mundo.

La señal de Dios para el mundo fue un niño, su Hijo unigénito. “Y esto será una señal para ustedes: encontrarán a un niño envuelto en pañales y acostado en un pesebre”.

Todo niño que nace es también un signo del amor de Dios, un misterio, un don, un milagro. En cada niño, incluso en los que aún están en el seno materno, vislumbramos el misterio de Cristo Niño, en quien llegamos a conocer a Dios.

Entonces, mi primera conclusión es algo personal, es una oración por ustedes.

Y lo que le pido a Dios es esto: Que, si están casados, amen a su cónyuge con un gran afecto y críen bien a sus hijos. Que trabajen por ellos, que se sacrifiquen por ellos, que les enseñen a hablar con Dios y a escuchar su llamado para sus vidas. No hemos de tener miedo de llamar a nuestros jóvenes a la grandeza, a ser santos.

Y si ustedes están desempeñando un ministerio con las familias, le pido a Dios que ustedes les enseñen el “pequeño camino” de la Sagrada Familia.

Jesús vivió una “vida oculta” durante 30 años en su hogar de Nazaret.

Él hizo esto para enseñarnos que las pequeñas cosas insignificantes que los padres hacen todos los días —ganarse la vida, preparar las comidas y hacer las tareas domésticas, llevar a los niños a la iglesia y a la confesión, orar a la hora de acostarse— son todas esenciales para la misión de la Iglesia. Todas ellas forman parte del plan amoroso de Dios para la redención del mundo.

Los primeros cristianos hablaban de la familia como de la “Iglesia doméstica”. Y ésta es la manera en que hemos de pensar sobre nuestras propias familias y sobre la misión de la familia en nuestra cultura de hoy.

Mis queridos hermanos y hermanas, hoy empecé con la historia ficticia de una pareja casada, Mary y Michael. Permítanme terminar con la historia de un matrimonio verdadero, los Siervos de Dios Eugenio Balmori Martínez y Marina Francisca Cinta Sarrelangue.

Ellos se casaron en Veracruz, México, en 1937. Marina y Eugenio trabajaron duro y se sacrificaron para darle a sus cinco hijos una educación católica. Sufrieron las dificultades por las que pasan muchas parejas: estrés por los hijos, desempleo, largos períodos de separación debido al trabajo de Eugenio…

Luego, Eugenio murió repentinamente en un accidente automovilístico, a la edad de 46 años y durante los siguientes 40 años, Marina vivió como viuda y madre soltera, trabajando duro para ganarse la vida, y siguió sirviendo a sus hijos y a la Iglesia.

Quiero terminar con unas palabras de Marina. En la víspera de su boda, ella le escribió a Eugenio: “Nuestro hogar será una capilla de amor, en la que no reine ningún otro ideal más que el de darle gracias a Dios y el de amarnos mucho”.

Queridos hermanos y hermanas, estas palabras son la promesa de Dios, su respuesta a los desafíos de la cultura en la que vivimos.

La respuesta es ésta: No nos toca a nosotros decretar o decidir sobre la vida. La vida es un hermoso don; el hijo recibido por un esposo y una esposa es tan hermoso y precioso como todo lo que encontramos en la naturaleza.

Y estamos llamados a dar testimonio de este Dios, que es nuestro Creador y nuestro Padre, por medio del amor de nuestro hogar, de los sacrificios que hacemos y del amor que conservamos en nuestro corazón y que le transmitimos a nuestros hijos. De este Dios, que sostiene todo en este mundo —y a cada uno de nosotros— en sus amorosas manos.

Éste es el plan de nuestro Padre para la familia de ustedes y para toda familia. Y ésta es la misión de su Iglesia.



« Redacción »