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Paraguay, desconocido y aventurero


Publicación:22-09-2019
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Atractivos no le faltan

Escondido en el interior de Sudamérica, Paraguay es un destino (casi) desconocido y poco visitado, muy tentador para quienes que huyen de las rutas más turísticas y buscan las experiencias más auténticas.

Atractivos no le faltan: desde una ciudad de evocación colonial como Asunción hasta una cultura propia original —la guaraní—, un medio rural cargado de historia, fabulosos parques nacionales a los que va muy poca gente, un rico patrimonio de misiones jesuíticas y escenarios tan maravillosos para la aventura y la observación de fauna como el remoto Pantanal.

Una lista de ocho razones por las que deberías visitar Paraguay.

Asunción, el centro de todo

No es una ciudad fácil de comprender. Suele ser un destino de paso, pero sin ser propiamente hermosa (sería exagerar), sí ofrece experiencias reales que la convierten, cuanto menos, en una parada interesante.

Podemos encontrar edificios originales de estilo colonial y neoclásico, así como plazas arboladas convertidas en punto de reunión de sus habitantes.

La vida en Asunción, ciudad con casi cinco siglos de historia que durante los primeros cincuenta años, allá por el siglo XVI, fue la principal colonia española al este de los Andes, se centra alrededor del Panteón de la plaza de los Héroes, donde una guardia militar custodia los restos de los personajes claves de la historia del país.

Su edificio más identificable y un buen punto de partida: todo lo que hay que ver está muy cerca de allí.

Por ejemplo, la Casa de la Independencia, del siglo XVIII, donde Paraguay declaró su independencia en 1811 (fue el primer país del continente en hacerlo); el majestuoso palacio de los López, sede del Gobierno; el Cabildo, cerca del río, que fue sede del poder colonial y actualmente acoge un interesante centro cultural, o la Manzana de la Ribera, un conjunto de nueve casas restauradas en vivos colores originales del siglo XVIII.

El circuito central

En los aletargados pueblos que rodean Asunción se extiende el Paraguay más rural y cargado de historia, bautizado turísticamente como el Circuito Central.

Son poblaciones que pueden visitarse en excursiones de un día con autobuses urbanos, y que cuentan con tres grandes puntos de interés.

El primero es la iglesia franciscana de Yaguarón, del siglo XVIII, todo un hito de la arquitectura colonial, cuyo austero exterior contrasta con la extraordinaria belleza del interior, en el que tallas y pinturas convierten este tempo en uno de los más ricamente decorados en toda Sudamérica. Una obra maestra a menos de 50 kilómetros de la capital.

La segunda visita interesante es Itauguá, cuyas mujeres se han hecho famosas por sus multicolores ñandutíes, un tipo de encaje local con el que se confecciona desde tapetes hasta colchas, y que cuenta con su festival del Ñandutí, durante el mes de julio.

Cierra el trío Areguá, localidad conocida por su cerámica, que se expone visiblemente en la vía principal.

Las históricas callejuelas empedradas del pueblo están flanqueadas por casas coloniales y sobre el cerro hay una iglesia con vistas envidiables al lago Ypacaraí. Misiones jesuitas en plena selva Son, probablemente, una de las joyas turísticas del país, y su gran herencia colonial.

En Latinoamérica hubo más de cincuenta fundaciones jesuíticas, aunque solo una treintena de ellas llegaron a consolidarse (siete en Brasil, 15 en Argentina…). Los ocho pueblos herederos de las reducciones jesuíticas —poblados de indígenas convertidos al cristianismo— que la Orden levantó en medio de las selvas de Paraguay son San Ignacio Guazú, Santa María de Fe, Santa Rosa, Santiago, San Cosme y San Damián, Itapúa —la actual ciudad de Encarnación—, Santísima Trinidad del Paraná y Jesús de Tavarangüé.

Cada misión se encargaba de organizar entre 2.000 y 4.000 indígenas, que eran dirigidos por los caciques del pueblo y por dos o tres jesuitas.

La expulsión de los jesuitas por la Corona española en 1767 acabó con este proyecto que trataba de iniciar en la alta cultura europea a los guaraníes.

En Paraguay quedan tan solo tres que puedan visitarse, y dos de ellas —Jesús de Tavarangüé y Trinidad— son patrimonio mundial de la Unesco.

Trinidad del Paraná, fundada en 1706, es la mejor conservada y la más preparada para el turismo, ya que las visitas incluyen hasta un espectáculo de luz y sonido en el que se proyecta la historia del asentamiento sobre las paredes de sus ruinas.

Jesús de Tavarangüé, 12 kilómetros más al norte, es una reconstrucción fiel y casi completa de la misión original, casi tal y como era cuando fueron expulsados los jesuitas en el siglo XVI.

Pero la que mantiene en mayor grado la estructura del complejo es San Cosme y San Damián, que actualmente sigue sirviendo como lugar de retiros religiosos, catecismos y escuela a la comunidad local. El acceso es más difícil pero merece el esfuerzo. Aquí se encontraba un observatorio astronómico levantado por los jesuitas.

San Rafael y Mbaracayú, naturaleza sin turistas

En los espacios y reservas naturales de Paraguay todo parece bastante más auténtico; no hay instalaciones acogedoras, pero tampoco oleadas de turistas.

El parque nacional de San Rafael, entre Encarnación y Ciudad del Este, es un exuberante territorio virgen de fácil acceso, además de un paraíso para los aficionados a la observación de avifauna; se han registrado más de 430 especies (muchas en peligro de extinción)

. Para adentrarse por el parque es preciso un todoterreno o contratar un guía (lo más fácil para concertar una visita es contactar con alguno de los refugios de la zona).

Otro parque muy interesante es la reserva de la biosfera de Mbaracayú, más al norte. Elegida por la asociación WWF como uno de los cien enclaves más importantes del planeta en cuanto a biodiversidad, sus 70.000 hectáreas son uno de los tesoros naturales de Paraguay.

Con dos ecosistemas diferentes —bosque atlántico y cerrado o sabana— en proporciones bastante parejas, la reserva acoge más de 400 especies de aves y grandes mamíferos. Los aficionados a la ornitología suelen buscar al pájaro campana (ave nacional de Paraguay), el raro carpintero de cara canela y la yacutinga, en peligro de extinción. En esta zona residen los indígenas achés, a los que se permite cazar según sus métodos tradicionales.

La reserva depende de la Fundación Moisés Bertoni, una original institución puesta en marcha por la familia Bertoni, de origen suizo. Moisés Bertoni, botánico, naturalista y escritor, registró en 1887 la Stevia Rebaudiana Bertoni, la planta autóctona paraguaya que empleaban los indígenas guaraníes desde la época precolombina como edulcorante para el mate y otras infusiones.

Estudió a los guaraníes y llegó a la conclusión de que fueron una civilización con un gran conocimiento de la medicina. Bertoni firmó 524 libros en siete idiomas diferentes y fue el organizador y director de la primera Escuela Nacional de Agricultura en Paraguay.

El Monumento Científico Moisés Bertoni, junto al río Paraná, en plena jungla, no muy lejos de Ciudad del Este, abarca un área protegida de 199 hectáreas. Dentro de él, se conserva la casa del científico, donde se guardan algunos de sus libros, una selección de animales disecados y una imprenta en plena selva.

El Gran Chaco, un infierno verde

Aunque se deforesta a pasos agigantados, el Gran Chaco es todavía un lugar extraordinario para la observación de la fauna.

Esta enorme llanura, que engloba la mitad occidental de Paraguay, se divide en sabanas inundadas y pobladas de palmeras del Chaco Húmedo, territorio más cercano a Asunción, y los bosques espinosos del Chaco Seco.

Un paraíso para avistar animales, especialmente aves acuáticas y rapaces, que incluso se ven desde la carretera: la ruta Traschaco divide en dos el territorio, de sur a norte.

El Gran Chaco —que representa más del 60% de la extensión del país— es un refugio para indígenas cazadores-recolectores, cuyos asentamientos más curiosos son las colonias menonitas instaladas en la zona central, que acogen a unos 15.000 menonitas procedentes de Canadá e invitados a Paraguay para establecerse en lo que creían que era un territorio fértil, a cambio de mantener su forma de vida: libertad religiosa, pacifismo, gestión independiente de sus comunidades y permiso para hablar alemán.

Chocaron con la realidad del árido y difícil Chaco, y muchos sucumbieron en su intento de sobrevivir y adaptarse.

En el Chaco hay tres colonias principales: Menno, la más antigua (1927); Fernheim, creada en 1930 por refugiados soviéticos, y Neuland, fundada por alemanes ucranianos en 1947.

Eso sí, solo hay dos localidades accesibles en transporte público, muy pequeñas y en las que apenas hay nada especial aparte de conocer su pulcra organización en medio de una región tan dura como esta.

La primera es Filadelfia, centro administrativo de la colonia de Fernheim y que parece un barrio de Múnich trasplantado a un desierto de arena.

Cuenta con una calle principal bastante polvorienta y no falta de nada (incluso dos museos para conocer la curiosa historia de los menonitas), aunque el alma de la localidad es su gigantesca cooperativa lechera.

Loma Plata es el centro administrativo de la colonia de Menno, y el más antiguo y tradicional de los asentamientos menonitas. Una visita al enorme supermercado-cooperativa da una idea de cómo viven cotidianamente sus habitantes.

Cuenta también con un museo, abierto en un complejo de casas de colonos, que repasa su propia historia.

Si contamos con vehículo propio tendremos al alcance enclaves que muestran la gran riqueza natural de la región: desde la laguna salina de Capitán, al este de Loma Plata y refugio de aves exóticas, hasta el Fortín Toledo, que además de conservar trincheras de la Guerra del Chaco es interesante por el proyecto de cría del taguá o pecarí chaqueño, un tipo de cerdo-jabalí del que hasta hace poco solo se habían encontrado fósiles.

El Pantanal

Para llegar hasta el Gran Pantanal, una enorme llanura aluvial que hace de frontera natural con Brasil, hay que pasar antes por Concepción, una apacible ciudad de paso a orillas del río Paraguay, con delicados edificios de principios del siglo XX y un ambiente tranquilo.

Hacia el norte, el río avanza parsimonioso hacia el Pantanal. Pero a diferencia de lo que ocurre en el lado brasileño, aquí apenas hay turistas y la experiencia de recorrerlo es mucho más auténtica.

Tanto, que se recomienda llevar a bordo del crucero fluvial una hamaca y una mosquitera.

Hay muy pocos viajeros que se adentren en el remoto Pantanal paraguayo, pero es un fantástico destino para los interesados en la fauna y para los aventureros de verdad: no hay casi infraestructura turística y el viajero tiene que valerse por sí mismo.

La principal ciudad de entrada es Bahía Negra, en la frontera brasileña, lugar desde donde parten las excursiones fluviales por el río Negro.

Encarnación y su carnaval

Para visitar las misiones históricas, muchos pasan antes por Encarnación, probablemente la ciudad más atractiva de Paraguay.

Se la conoce como la capital del carnaval, y entre los paraguayos como la nueva Río de Janeiro, algo quizá pretencioso para este destino principal de veraneo en Paraguay.

La vida está en la Costanera y la nueva playa del río, que durante el estío es un hervidero.

El mejor momento del año es el Carnaval, al estilo puramente paraguayo. Música muy alta y mucha participación popular.

Hay que llevar lanzanieves (espray de nieve) y gafas de sol (para protegerse los ojos), buscar hueco en las gradas y prepararse para una fiesta realmente contagiosa.

Se celebra los fines de semana de finales de enero y de febrero, desde el sábado al domingo por la noche. Y, por supuesto, hay un sambódromo en la siempre animada avenida Costanera.

El otro Iguazú: Itaipú y Saltos del Monday

Ciudad del Este es una de las principales ciudades paraguayas.

Originariamente llamada Puerto Presidente Stroessner y próxima a la frontera brasileña, no tiene demasiado interés, pero en sus alrededores están dos de los puntos turísticos que destacan todas las guías del país: Itaipú y los saltos del Monday.

La presa de Itaupú figura entre las más grandes del mundo, y los generadores de su central hidroeléctrica suministran casi el 80% de la electricidad de Paraguay y un 25% de la brasileña.

Polémica por su elevadísimo coste económico y medioambiental, los 1.350 kilómetros cuadrados y 220 metros de profundidad del embalse de Itaupú anegó las Sete Quedas, un sistema de cataratas tan impresionantes, cuanto menos, como las de Iguazú.

Los impresionantes Saltos de agua del Monday, de 80 metros de altura, a las afueras de Ciudad del Este, padecen la competencia de las cataratas del Iguazú, justo al otro lado de la frontera.

Y de regreso a Asunción, otra cascada que merece la pena y un desvío hasta Colonia Independencia: el Salto Suizo, de uno 40 metros de altura, es un entorno espectacular.



« Redacción »