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Dad gracias al Señor, porque es bueno


Publicación:13-10-2019
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El Evangelio de este domingo es un llamado de atención para nosotros sobre nuestro deber de reconocer los beneficios de Dios y darle gracias continuamente.

El Evangelio de este domingo es un llamado de atención para nosotros sobre nuestro deber de reconocer los beneficios de Dios y darle gracias continuamente. Dios creó el mundo y todo cuanto hay en él y los mantiene en la existencia en cada momento, Él nos creó a cada uno de nosotros a su imagen y semejanza para compartir con nosotros su felicidad y, siendo nosotros pecadores, no vaciló en entregar a su propio Hijo a la muerte para salvarnos del pecado, para comunicarnos su propia vida divina y adoptarnos como hijos suyos. Estos son dones de valor infinito que nunca podremos agradecer suficientemente. Por eso nuestra actitud permanente debería ser la que nos recomienda el salmista con insistencia: “Dad gracias al Señor, porque es bueno, porque es eterno su amor” (Sal 136,1-3).

Pero el Evangelio también nos muestra la asombrosa tendencia del hombre a ignorar los dones de Dios y a caer en la ingratitud. Pocos son los que dicen: “Te doy gracias de todo corazón, Señor Dios mio; daré gloria a tu nombre por siempre, pues grande es tu amor para conmigo; tú has librado mi alma del fondo del abismo” (Sal 86,11).

Camino de Jerusalén, pasando entre los confines de Galilea y Samaria, al entrar en un pueblo, salieron al encuentro de Jesús diez leprosos, que desde la distancia, le gritaron: “Jesús, Maestro, ten compasión de nosotros”. En esta súplica están unidos los diez, galileos y samaritanos, judíos y extranjeros. Jesús se mueve a compasión y les concede mucho más que lo que se atreven a pedir: “Id y presentaos a los sacerdotes”. En la angustia los diez obedecen esta orden, aun sin entenderla. ¿Por qué presentarse ante los sacerdotes? Es que Jesús los ve ya limpios de la lepra y, según la ley judía, los sacerdotes debían verificar la sanación del que había sido leproso y autorizar su reintegración a la vida normal. En efecto, “sucedió que, mientras iban, quedaron limpios”. No se puede imaginar una forma más discreta de conceder un beneficio y ¡qué beneficio! Jesús lo hace con la menor ostentación posible, evitando toda popularidad, buscando solamente el bien de ellos: por puro amor.

Jesús no espera reconocimiento alguno para él. Pero no dejará de expresar su dolor por la falta de gratitud hacia Dios. “Uno solo de ellos, viéndose curado, se volvió glorificando a Dios en alta voz; y, postrándose rostro en tierra a los pies de Jesús, le daba las gracias; y éste era un samaritano”. Uno de diez reconoció el beneficio y lo agradeció. Si hubieran sido tres o cuatro o cinco, habría sido menos doloroso. Jesús no comprende tal ingratitud: “¿No quedaron limpios los diez? Los otros nueve ¿dónde están? ¿No ha habido quien volviera a dar gloria de Dios, sino este extranjero?”. Parece increíble, pero esa es exactamente nuestra conducta. ¡Peor aun!

Dios no toma represalias por nuestra falta de gratitud. Pero le impedimos darnos nuevos beneficios. Es lo que ocurre en el Evangelio. Los otros nueve no volvieron a quedar leprosos, pero sólo el que volvió a dar gracias escuchó esta sentencia: “Levántate, vete, tu fe te ha salvado”. Sólo él recibió el don mucho mayor de la salvación.



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