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¿Instinto o Técnica en la Creación?


Publicación:24-11-2019

TEMA: #Arte  

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Escribir, suelen definirlo algunos de los que a ello se dedican, como el aparentemente simple y sencillo hecho de respirar.

Escribir: por qué, para quién y cómo.


No necesito motivo para escribir. Es un acto que me encanta realizar. El tema tampoco es necesario; no, si no se trata de un texto académico o formal, en ese sentido especial que tienen las ciencias cuando van despojadas de arte y pretenden ser solo informativas, propositivas o analíticas; pues en estos casos, es fundamental tener el tema previo al hecho de escribir. Y no solo el tema, sino el por qué, objetivo o propósito, a quién o el destinatario y cómo o bajo qué forma se escribirá, entre otros renglones que debe prever quien pretenda escribir un texto formal.


En cambio, cuando nos referimos a la escritura creativa o literaria, puede existir toda una planeación clara y detallada desde antes de iniciar el texto, o no contar con un plan. A veces, en la creación misma está la magia de crear; y esta es la que va determinando el tema. O al escritor le ronda en su cerebro desde varios días antes, meses y algunas veces años, aquello de lo que quiere que trate un texto (cuento, relato, fábula, pieza musical), pero no se le manifiesta del todo en el momento que le surge la idea sino mucho después. También suele pasar que ese tema del que pretendía hablar, repentinamente da un giro a medio camino, o poco después de su inicio: esto es parte del mismo acto creativo y su espontaneidad.


Escribir, suelen definirlo algunos de los que a ello se dedican, como el aparentemente simple y sencillo hecho de respirar. Me encanta esta definición.

Realmente, el aire que entra hasta nuestro cerebro a través de los pequeños orificios de la nariz, puede ser mínimo y, sin embargo, con eso basta para que la palabra cobre vida. Se desparrama como enredadera que va trepando sobre algún arbusto o árbol cercano y, entonces, la enredadera sube y baja, da giros por el tronco, se enreda entre las ramas, y puede cubrirlo todo más de una o dos veces, repetidas en sus vueltas y giros, hasta que el cerebro se convierte en papiro o libro.


Hoy, aparentemente voy tejiendo sin rumbo o, por lo menos, sin una brújula clara y precisa del camino que mi escritura seguirá, sí, aunque yo no lo quisiera seguirá mi escrito un camino, una ruta. Porque al hecho consumado, no habrá quién lo pueda contradecir. Ya sea lo que fuere que habrá de ser.

También es mi fascinación personal entretenerme en juegos de palabras y en paradojas, retruécanos, circunloquios o entradas largas. Sí, gozo regodeándome en ello. No sé si algún día sabré si soy o llegaré a ser una buena o regular escritora. No me interesa tanto saberlo, no, porque ese no es mi propósito de escritora; como sí lo es el divertirme y divertir al lector, por lo menos al que en algo se me parece un poco. Pues si nada tenemos en común, no podría divertirse con lo mío, quien me lea sin ser de alguna manera algo así como alma gemela extraviada o un poco empático, quizás perderá su tiempo. Y, si no lo pierde, es porque tengo razón: ¡somos semejantes!


Probablemente, los lectores no lo saben, hay un gran parecido entre quien lee y quien escribe: ellos leen, el otro escribe: son dos partes del todo que nada es sin una de ellas; y, a veces, los papeles se invierten. Ya que también ellos escriben a su manera; si no, cómo podría solo el escritor terminar sus cuentos y relatos, si no fuera porque a ratos suelta las teclas, o la pluma, y deja que otro u otros las deslicen, si mediante el bolígrafo o el lápiz, sobre el papel en blanco; o que golpeteen el teclado cuando quien escribe se cansa, o fastidia de no encontrarle sentido a lo que va produciendo.


Como si un duende impulsara la creación y no los dedos, alguien va escribiendo las historias, ficciones o cuentos, incluso cuando se mezcla relato con ficción. Es una especie de mente extrapolada que deambula en derredor, sin que el autor la vea. Así funciona esta empatía. Porque de lo vivido, de lo soñado, de lo observado en el día a día, surge el trabajo del escritor. Ese que terminará, definitivamente, el lector de los textos que no escribió, pero sí, alguien lo hizo por él.

Seis cuentos sin punto final


-Creatividad por instinto-

* Había una vez, hace mucho tiempo, en un lejano lugar, cuando aún no se conocía la ficción, un cuento que empezaba así, y terminaba sin terminar. Tal como este que te acabo de contar...

* Debajo de la arena, no muy lejos de la playa, un niño se encontró una piedra negra, puntiaguda, pulida y brillante, pensó que sería algo valioso así que se apresuró en llegar hasta donde estaban sus padres. Y sin calcular su fuerza ni pensarlo mucho se las arrojó para que la pudieran mirar de cercar y le dijeran cuánto valdría. Pero lejos de lograr su propósito, golpeó fuertemente en la cabeza a su madre y la dejó dormida por el resto de sus días, en los que nunca más ella vería la luz… ni la oscuridad…

* Allende donde solo se escucha el oleaje del mar, donde las sirenas suelen salir a la luz de la luna después de las tres de la madrugada, una noche azul turquesa apareció en el horizonte un buque grande y antiguo. Según el buque se iba acercando a la orilla de la playa, en lugar de verse más, iba empequeñeciéndose, tanto que, al fin atracado en el muelle, desapareció; de él, quedó solo un amarre al que debía haber estado asido. El que empezó siendo grande y antiguo y terminó por volverse virtual, y sin dígito alguno que demostrara su realidad…

* Sus ojos, o donde estuvieron algún día sus ojos, de los que solo quedaron las cuencas, eran como dos platillos pequeños ni muy hondos ni redondos. En ellas, un día hacía miles de días, semanas, meses y años, existieron un par de pupilas del color que resulta de mezclar el mar con el cielo y un poco de verde musgo. Y, es que le cambiaban de color, según era su ánimo, el color de la ropa que trajera puesta, la hora del día o el entusiasmo que la invadía o la tristeza que cargaba sobre la espalda y los brazos, eso le daba tinte y color a sus ojos. Y las cuencas, se le quedaron huérfanas de lágrimas, porque ya no tenía ojos para llorar. Sin quererlo, un día de pronto aquella madre se alegró, pues al fin comprendió que nadie llora solo por llorar y que hacerlo limpia el alma. De vez en cuando se regocijan los que la ven, pues saben que sus ojos, los que se le quedaron ciegos y huecos de tanto llorar, ahora ven sin mirar el mal…

* La hormiguita iba muy contenta, canturreando su canción favorita. Esa que les gusta también a las arañitas, pues ambas siendo insectos, suelen cantarla para sentirse acompañadas cuando por la razón que fuere, andan solas. Mientras daba sus pasitos y entonaba la garganta, la hormiguita tropezó con un tronquito que le impidió seguir el camino recto. Así fue como se desvió. Y sin quererlo ella, ni pretenderlo nunca antes, perdió el rumbo… Ya no fue la misma, pues el obstáculo superó sus destrezas y quedó atrapada en el pasado… Siempre queriendo volver al camino, nunca pudiendo lograr su cometido… Esa fue la arañita que se convirtió en este cuento, en cangrejito recién nacido… ¿Alguien lo entendió?, porque yo…

* Con una pequeña pala de plástico en la mano, partió la niña del patio trasero de su casa, a fin de que nadie pudiera percatarse de su salida. Se dirigía a la casa de una vecinita, otra niña, quien le había encargado que hoy, a esa hora, las cinco de la tarde, fuera hasta su casa, que no tocara a la puerta para que su mamá no la viera llegar con la pala. Ambas se habían puesto de acuerdo, la víspera del día anterior, para escarbar por un lado del sauce llorón que daba hermosa sombra a la casa de enfrente. Y, todo, porque la que vivía allí, había soñado que junto a ese árbol, del lado derecho, viendo hacia la calle, había un gran tesoro escondido. Y sin saber ni interesarles cuál podía ser el tesoro, empezaron ambas a escarbar, muy lentamente, primero, porque las palas eran de plástico y no más grandes que las que usan para jugar en la arena los niños de ocho o nueve años, como lo eran ellas. Escarbaron, y escarbaron, hasta que casi anocheció y las llamaron sus mamás. Prometieron volver a encontrarse a la misma hora al día siguiente. Nunca encontraron el tesoro… Pero el trabajo en equipo bajo un mismo propósito las volvió una sola y su amistad perduró por muchos años… O eso creo, pues ya nunca más supe de ellas. ¿Alguien las habrá visto por allí, o por acá, o en algún café merendando? Avísenles que espero conocer el final de este cuento que ellas empezaron hace más de…



« Redacción »