banner edicion impresa

Cultural Literatura


Cuento futurista Hay de historias a historias


Publicación:08-12-2019
++--

No sé a qué se deba, pero últimamente vamos por la vida encontrando seres que no respetan a los de la tercera edad

Hay historias en las que el personaje avanza a base de tumbos y desatinos. Y suele suceder que lo hace con tanta frecuencia que se acostumbra a creer que así es la vida y, eso, lo correcto. Con “eso”, me refiero a lo que hace, al como él o ella actúa.

No sé a qué se deba, pero últimamente vamos por la vida encontrando seres más o menos jóvenes, mayores de treinta y menores de cuarenta que no respetan a los de la tercera edad, dicho sin eufemismos, a los viejos, y además, piensan que no tienen por qué hacerlo.

Los toman por sus iguales. Y no, perdónenme, no es así, una persona mayor es alguien que si no me lastima ni le gusta llevarse con nadie de tú a tú, por el contrario se da su lugar, lo que nos está diciendo con ello es que espera el mismo trato deferente y educado.

En cierta ocasión, cuando platicábamos algunos colegas acerca del respeto que a nosotros nos merecieron siempre nuestros mayores, padres, tíos, abuelos, y amigos de todos ellos en sus diferentes edades, nos dimos cuenta de que hablábamos de tiempos idos, muy lejanos a los actuales jóvenes.

Y, a mí me trajo esa conversación a la memoria a cierta persona que se atrevió a hacer un comentarios “gracioso” sobre mi persona a propósito de cierto incidente fortuito que viví y que habría pasado desapercibido, de no ser porque a la joven se le ocurrió ganarse la simpatía de los que a su alrededor estaban, a costa de un “mal chiste” sobre un pequeño incidente que me pasó frente a ellos.

¡Ah!, pero eso para ella no fue nada inadecuado. Reírse a costa de otro, aquí y en China es de gente muy mal educada. Si quieres ser gracioso(a), haz chistes sobre tu propia persona, reírse de uno mismo, es bien visto; que otro lo haga: nunca.

Pero, ahora eso examinado objetivamente, carece de relevancia, pues las cosas se toman como de quien vienen.

En cambio, tengo algo interesante, realmente interesante y sobresaliente, qué contarles sobre mi vida y mi edad, se trata de un secreto que ya bien vale la pena develar para esta historia o cuento.

Suelo decir que nací muy cerca de la mitad del siglo veinte, mentira que me inventé para no asustar a mis noveles lectores, cuando en realidad pertenezco a casi dos siglos anteriores, tercera década del siglo XIX, pues nací en 1827, de modo que acabo de cumplir ciento noventa y dos años.

Pertenezco a una familia de tártaros mezclados con franceses herederos de longevas familias que a su vez estuvieron entramadas con egipcios e iranís descendientes de faraones y científicos.

Conviví en mis primeros años con algunos nobles que negaban sus orígenes para no verse perseguidos por vampiros ni mujeres murciélagos, en los cuales mis antepasados veían una especie enemiga interesada en desaparecerlos, pues todos mis familiares tuvieron vidas muy largas sin necesidad de alimentarse de la sangre de otros humanos y, no obstante, todos ellos perduraron por más de doscientos cincuenta años dedicados al estudio de la naturaleza y del hombre.

Conocí a grandes escritores, dramaturgos, poetas, de quienes aprendí algo de lo que sé, si bien mi longeva vida y práctica en el uso de las lenguas han sido las mejores maestras.

Y, no es que no reconozca la valía de las influencias ni los consejos de los más grandes, quienes siéndolo, nunca tuvieron recelo en compartir sus conocimientos y sabiduría.

Quizá el mejor que recibí de Poe, es uno de los que más pongo en práctica: no temas auto editarte y corregir la página, cuantas veces repitas una publicación, siendo tú la dueña de tu texto te asistirá siempre la razón para recortar, aumentar o cambiar lo que desees de él, siempre para mejorarlo.

No sé cuánto tiempo hace o mejor dicho, no recuerdo cuando empezó esto de mentir sobre mi edad, pero sí sé que en repetidas ocasiones, la gente me decía que si era pariente de Dorian Gray o si acaso tenía un pacto con el diablo, porque no se me notaba la edad. Ante lo que nada contestaba, solo sonreía levemente y de inmediato desviaba la conversación sobre algo de interés para el o los interlocutores.

Especialmente por ese motivo y por ir en busca de historias y vivencias distintas es que cambiaba frecuentemente el lugar de mi residencia.

No solo en el mismo país sino que me iba a otros, al menos cada siete u ocho años, así vagué por el mundo y pude acercarme a las fuentes del origen de mis antepasados, de donde recabé datos muy interesantes.

Por ejemplo, supe que todos o casi todos mis parientes, habíanse sumergido en las aguas de ciertos ríos considerados como sagrados y de los que se contaban historias sobre lo templado de sus aguas y las bendiciones que prodigaban a quienes en ellos se sumergían.

Al pasar por Egipto, supe que mi madre me bañó en más de una ocasión a la orilla del Éufrates.

Y, cuando aquel viejecito que conocí en uno de mis viajes, me contó la historia sin saber que hablaba con la bebé y luego niña y adolescente a quien su madre bañó en ese famoso río, supe sin habérselo dicho nunca, pues quizás se habría muerto del susto (por un infarto), que hablaba de mí.

Historias como esta conocí de Poe, de Lovecraft, incluso de Homero, a quien naturalmente no conocí en persona pero sí por referencias de mi abuelo paterno y uno de mis tíos más longevos.

Por cierto, ahora me viene a la memoria –recurso de los de mi edad- una frase más o menos extensa que se me grabó para siempre, como ciertos inicios de textos que he releído de Rossi, de Cervantes, de La Divina Comedia, de las fábulas y cuentos de Tito Monterroso, de Fuentes o García Márquez, Cortázar y de Rulfo, esta de Lovecraft dice, a la letra: “El privilegio de la reminiscencia… es particularidad propia de las personas de avanzada edad; de hecho es frecuente que, por… recuerdos, los sucesos oscuros de la historia, y las… anécdotas emparentadas con los grandes hechos, se transmitan a la posteridad”.

Y si a eso le añadimos que ya cargo con más de doscientos años de ver las estrellas, el sol, la luna y los rayos y relámpagos enojados sobre el cielo de todas las tierras del mundo, ante tantas injusticias cometidas por los siglos de los siglos… y que no parecen tener fin… Pues mis reminiscencias son un baúl de sabiduría acumulada, que es necesario vaya desempolvando y sembrando entre las generaciones más nuevas. …Y, ¿respetarán lo que les cuente?

Más rudimentario, aun: ¿podrán creerme? La incredulidad ha crecido entre los hombres y mujeres del mundo como la mala yerba entre los campos de cultivo, cuando nadie se interesa por arrancarla de raíz.

Quién respeta en estos tiempos a los viejos. Quizás solo los mismos viejos. Porque entre ellos saben distinguir claramente la mentira y falsedad de la verdad y sinceridad. Mi penúltimo viaje, porque nunca sabré con antelación cuál ni cuándo será el último, es el que recién inicio. Parto hacia la Antártida, a donde pocas ocasiones he viajado.

No me gustan las regiones demasiado frías -mis piernas, los calambres y entumecidos músculos y nervios no las resisten-, pero tendré que ir una vez más que espero sí sea la última hacia allá, pues me han mandado llamar para que investigue entre los glaciares la vida vegetal que puede convertir en sempiternos a los humanos.

Noble y desdichada tarea me han encomendado a mis más de doscientos años… Y, para qué, me pregunto, querrá el hombre vivir eternamente, si en un santiamén puede volverse su propio enemigo y acabar con todos los de su especie: ¡vanidad de vanidades!, seguramente, solo para coronarse triunfador sobre la muerte.

En ese instante, en el mismo que pronuncié su nombre, pestes, enfermedades mortales, guerras fratricidas e increíblemente inhumanas comenzaron a aparecer dispersas por todas las regiones del mundo… Ya no alcancé a ir a la Antártida, escribo mi historia desde una cueva desconocida del llamado estrecho de Bering… Y un rayo inmenso e interminable de luz azul intenso -como el color del más bello océano- iluminó por unos segundos el cielo, para luego sumergir al globo terráqueo en la mayor incertidumbre hasta entonces vivida.



« Olga de León »