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Sueños y juramentos de Año Nuevo


Publicación:29-12-2019

TEMA: #2020  

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El año viejo, el que concluía, no estaba muy consciente de lo que había logrado durante los últimos doce meses.

Meciendo al año viejo
Carlos A. Ponzio de León

El año viejo, el que concluía, no estaba muy consciente de lo que había logrado durante los últimos doce meses. De pronto solo quiso salir de casa para sentarse en la mecedora roja de su porche. Sabía que pronto tendría que despedirse y quedar únicamente en la memoria de la humanidad, dejando tanto recuerdos buenos, como malos. Ninguno de los cuales era su culpa, simplemente habían transcurrido durante su estancia en la tierra.


Al año viejo le gustaba observar el pasto verde que había logrado hacer crecer en el pedazo de tierra frente a su casa y le agradaba el brillo de la nieve que cubría lo alto de los cerros. Le ilusionaban las cosas buenas que le habían sucedido durante el verano. Todas ellas, y las de todo el año, serían irrepetibles, eran ya irremplazables.


No volverían porque él se iba, dejaba la casa para siempre, solo heredaba una larga cabellera de trescientos sesenta y cinco días que dejaría colgada en alguna pared, junto con las cabelleras que habían ido dejando el resto de los años pasados.


¿Quién lo sustituiría? Seguramente un año flacucho, sin experiencia, que habría que engordar durante los trescientos sesenta y cinco días venideros.

¿Tenía él, como año viejo, alguna experiencia que contarle al nuevo, algún consejo que darle? Se puso a reflexionar y concluyó: Debo decirle que no se tome las cosas muy en serio. Sus días están contados y tiene que sacarles el mayor provecho a todos y cada uno de ellos.


Siguió pensando: algunos seres humanos lo juzgan a uno con bien; otros, para mal; eso será inevitable. Lo único que puede hacer el año nuevo es aspirar a convertirse en lo que él crea es espectacular, grandioso, ducho y hasta lúdico, porque eso de ser lúdico, está de moda. Pero tampoco importa si termina siendo un mal año: A la gente se le va a olvidar el sufrimiento.


Por eso, en cuanto a los catorrazos que vaya a recibir, lo mejor será decirle que se vaya poniendo blandito, y que se transforme. Sí, porque eso de la metamorfosis o evolución, está en las especies (de ello han sido testigo todos mis antepasados), y dicha transformación debe estar también en el año nuevo.


Quizás de lo único que deba preocuparse, es de que no pase nada durante su estancia en la casa. Sería conformismo. Si comienza a ver que la situación se pone plana, sin eventos qué contar, entonces estará siendo un año nuevo: mediocre. Y eso sí que: a la larga, a nadie le gusta… nada. De los problemas, siempre habrá anécdotas qué contar: por las dificultades que tuvieron que sortearse.


Igual si pasan cosas buenas: Jamás será olvidado. La gente lo traerá a la mente, una y otra vez. Y las personas contarán de ello a sus hijos y a los nietos, y estos a sus descendientes. Habrá tantos años nuevos que escucharán las historias, que los hechos que sucedan durante su estancia influirán los hechos de otros años venideros.


Y así, estando en estos pensamientos, el año viejo fue quedándose dormido poco a poco, mientras la mecedora, también poco a poco, detenía su ir y venir, como ola de mar que se calmaba, de un mar que se iba quedando quieto: concha de caracol vacía que se va hundiendo en medio del agua, hasta tocar fondo, sin ser movida por otra cosa que no es sino el ir y venir profundo de las memorias de la gente.

Lo que la vida me depara


Olga de León

Cada año, cuando los días de diciembre se van deslizando hacia el final del mes, es imposible que deje pasar de largo cierto recorrido en mi memoria, el cual me va indicando que el año pronto terminará. Aunque no tengo claro qué le sumé a mi historia, qué deseo continuar sumando y qué considero deberé restar para el año por venir, sí reflexiono sobre ello.


Sin embargo, este ejercicio aparentemente fortuito, no planeado, casi nunca prospera. Suelo descartar trazarme líneas, metas, propósitos o como se llame a esa intención de hacer una lista de qué quiero lograr durante el año. Seré poco exigente, no me gusta planificar, o mis experiencias de vida y muerte me han enseñado que de nada sirve aferrarse a ciertas metas… no lo sé con exactitud. Lo que sí sé es que la cuadrícula nunca ha sido lo mío. O, quizás, es porque pienso: ¿para qué, acaso no seré capaz de asumir la realidad que me toque enfrentar? Y, en esto sí soy determinada y definida: ¡claro que podré!... con lo que sea que me toque vivir.


Por otro lado, me gustan las sorpresas, me agrada sorprenderme con lo que la vida me va deparando. Por supuesto, no con los asuntos negativos, tristes o demasiado complicados. Pero, aun estos no dependen de mi voluntad.


Este fin de año no será la excepción. He decidido esperar al último día del año, e incluso a los últimos momentos, para declarar en silencio -solo para mí- qué me propongo realizar durante este próximo Año Nuevo, ahora 2020; siempre y cuando, Dios, la vida, mi salud o el dueño de mi destino, me permitan vivir todo un año más.


Ya se me permitió vivir este año, cuando -hace un mes y medio- creí que moría. Rogué, en una improvisada e intempestiva plegaria al Dador de nuestras vidas, que no me llevara; no todavía, justo porque sentí casi morir. Y, heme aquí: ¡salva y agradecida con Dios!


El Nuevo Año viene con entusiasmo y cargado de esperanzas y algunos vientos nuevos. Pero, nadie sabemos qué será lo que nos deparará. Eso piensan algunos; pues otros, no sé si más realistas o definitivamente negativos, nada bueno esperan que traiga el próximo año. Este no fue fácil, y se perfila que el heredero venga con más limitaciones y malos augurios. Yo no lo sé. Imposible saberlo. Mas la esperanza es lo último que muere, y de ella siempre he tenido buena dosis en mi espíritu indomable y dócil a un tiempo.


Quizás deba proponerme escribir más. Y escribir realmente cuentos, fábulas y novela, en capítulos que puedan tomarse por cuentos o historias breves.

No relatos ni prosa que dejen abierta la puerta para mezclar vida propia con las ajenas o con ficción. He aquí un propósito: ¿será?, tal vez.


Lo cierto, desde mi personal perspectiva, es que mi “técnica” del cuento y el relato, no me enfada, más bien me agrada. Esto no quiere decir que deba gustarle a todos los lectores, sean exigentes y expertos o no. Tampoco significa que el manejo de la prosa creativa en mis textos es realmente una técnica, una estrategia o un “estilo personal” de narrar, de contar historias reales o fantásticas. Y, no obstante, me acomoda, me viene bien a mí, inventora de mentiras y de verdades que quisieran pasar por fantasías.


Entonces, si hoy no he enunciado un proyecto, pienso que sí he introducido una tentativa de… Y la mantendré en mi memoria para la hora de los propósitos, durante el brindis de Año Nuevo.


Por ahora, este último texto de 2019, cierra la página con un cuento:

Los rostros de la noche


Olga de León

Frente al mar abierto, sentado en una vieja banca de madera a la orilla de esa playa desolada que ya casi nadie visita, y menos en época de intenso frío, se hallaba un hombre joven: de cuerpo musculoso, con la mirada perdida en el horizonte, sin prisa y como si nada ni nadie fuera a moverlo de allí.


El joven desde la banca vigilaba el oleaje que a esa hora empezaba a perder fuerza. Y no se inmutaba ante los vientos que por momentos soplaban con mucha fuerza, inclinando las palmeras de la playa y levantando para lanzar ya hacia afuera, ya hacia el centro del mar a los peces que por descuido habían quedado varados o buscaban alimento entre la vegetación marina que predominaba en las orillas junto a las rocas o en las partes bajas del mar.


La noche cayó por completo y todo se volvió oscuridad, ni las estrellas iluminaban el océano. En ese instante, el hombre se levantó de la banca vieja de madera, giró sobre su eje y caminó tierra adentro pausadamente pero con seguridad en el andar. Llegó hasta donde las plazas, iglesias, casas y todo edificio que por ahí se veía estaban iluminados intensamente, y de sus interiores comenzó a salir un gran bullicio, sonaron campanas, sirenas de autos, cláxones, cohetes lanzados al cielo y algunos disparos sin ninguna precaución, gritos de júbilo y cantos que se confundían con abrazos y apretones de manos.


Luego de unos segundos, un niñito señaló hacia afuera, nadie le prestó atención; había visto un anciano que caminaba con gran dificultad, se alejaba hasta perderse en el horizonte. El bebé lloró desconsolado: vio su futuro en perspectiva…



« Redacción »