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Antonio Muñoz Molina contra la mitologización del escritor


Publicación:03-01-2020
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Según el también periodista español, un escritor debe escribir siempre, a menos que tengas 40 grados de temperatura

El intelectual nacido en Úbeda y quien ha merecido el Premio Príncipe de Asturias de las Letras 2013, charla con respecto a sus comienzos en la literatura, el oficio de periodista, la disciplina para escribir y su idea del fin del mundo a la orilla del Río Tajo en Lisboa…

México.— “Me he instalado en esta ciudad para esperar el fin del mundo”, dice la primera frase de Tus pasos en la escalera, la más reciente novela de Antonio Muñoz Molina (1956), en la cual construye una narrativa en torno a cierto hombre que viaja a Lisboa y para sí mismo —y para su esposa— intenta construir un refugio no sólo espacial sino también emotivo, afectivo y psíquico con el interés de guarecerse de las miserias del mundo. El protagonista pretende estar a salvo, fabricarse un refugio antimiedos y antiderrumbes de los relatos con los cuales nos hemos contado la historia de quiénes somos.

      Pero en esta charla no sólo rodeamos la temática central de dicha novela, sino excedimos el cuarto de hora pactado inicialmente para conversar y lo duplicamos debido a que la vida se abrió paso en la conversación y platicamos acerca de sus primeros andares en la escritura, así hasta realizar un vuelo panorámico por sobre sus inquietudes a la hora de hilvanar las palabras con la intención de crear artículos periodísticos o novelas.

      Según el también periodista español, un escritor debe escribir siempre, a menos que tengas 40 grados de temperatura… y si no padeces fiebre, entonces debes escribir así como cualquier otra persona hace diariamente su trabajo. Escribir es un oficio que se ejerce con disciplina, nos relata Muñoz Molina.

Montaigne en el principio

Hay que escribir todos los días, vale, pero al hacerlo nos exhibimos… ¿entonces cómo esto se combina con ese epígrafe que se halla en Tus pasos en la escalera? Dicha frase, il faut cacher sa vie, expresada por Montaigne y la cual en español se traduciría como Tienes que ocultar tu vida, pareciera algo contradictoria si su autoría la reclama un novelista que siente una voluntad de dar cuenta de las cosas del mundo.

      Quizás escribir —para nuestro entrevistado— sea una manera de construir ese refugio ante lo doloroso de la vida; resguardo que indistintamente puede hallarse en Lisboa —ciudad en donde surgió la idea inicial de su novela más reciente— o en Madrid: quizás la hoja en blanco sea ese búnker en donde Muñoz Molina pretende guarecerse del fin del mundo, tal como su personaje principal en su obra literaria aquí referida e impresa durante agosto de 2019 bajo el sello de Seix Barral.

“La voluntad de dar cuenta de las cosas”

—¿Han cambiado mucho los motivos por los cuales usted escribe tanto desde el inicio de su carrera como hasta la actualidad? ¿Sigue escribiendo por las mismas razones o esto cambia y es contingente?

      —Creo que hay cambios a lo largo de la vida —dice el autor de El invierno en Lisboa [1987] y El jinete polaco [1991], entre otros tantos libros publicados por quien desde 1995 es miembro de la Real Academia Española—. Existen asuntos que te interesan más en cierta época que en otras, incluso habría formas de estilos que te atraen más que otros; pero el impulso fundamental es dar cuenta de la experiencia del mundo y hacerlo algunas veces desde la no ficción, a través del periodismo o el ensayo narrativo, y otras veces desde la ficción. Es como una voluntad: la voluntad de dar cuenta de las cosas.

      Muñoz Molina empezó a escribir en la adolescencia poemas y obras de teatro:

      —Leía a Neruda y copiaba sus poemas; siempre he tenido esa afición que está muy conectada a la lectura y a la manera de estar en el mundo, a la curiosidad por otras cosas: por el arte o la música… Es como un deseo de dar cuenta, un deseo de atestiguar las cosas. Leo muchas veces testimonios de la gente que dice: “Estoy leyendo a Primo Levi”, y ven cómo era ser joven en la Italia de Mussolini a principios de los años treinta; eso lo cuenta quien lo ha vivido y a veces lo puede contar también quien lo ha imaginado. Tengo una visión casi cognitiva y táctica de la literatura: quiero contar lo que veo.

      —Usted empezó a escribir durante una parte del franquismo, ¿cómo influyó la dictadura en su escritura? Si usted quiere narrar al mundo, ¿cómo empezó a contarlo desde ese contexto?

      —Bueno, el franquismo afortunadamente para mí terminó cuando yo era muy joven, pero lo que me dejó fue una parte fundamental: la opresión de la iglesia católica… la opresión ideológica en la España de [Francisco] Franco no la ejercían los franquistas que eran muy perezosos, sino la ejercía la Iglesia. Lo que me dejó el franquismo fue una actitud radical de rebeldía contra toda imposición a la libertad de expresión, de rechazo a cualquier imposición: sea del gobierno, sea de los contrarios al gobierno, sea de las personas que yo quiero, sea de las personas que detesto…

      “Y, por otra parte, la conciencia de que un sistema democrático puede ser muy defectuoso, pero hay una diferencia enorme entre la democracia y la dictadura. Muchas veces, durante los años posteriores y ahora, existe una cosa muy tóxica acerca de decir:

      “—Bueno, en realidad en España el franquismo no ha terminado…

      “Puedo atestiguar que el franquismo terminó, yo estaba ahí…  En ese punto se conecta mi vocación literaria con mi vocación de ciudadano, en la defensa radical de la libertad de expresión, que entonces está conectada a la defensa radical del sistema democrático”.

Un escritor a las siete de la mañana en el Metro

Al novelista le disgusta mucho que se suela pensar el oficio del escritor como algo cercano a la vida bohemia, sin responsabilidades, sin disciplina ni obligaciones. Después de la charla que tuvimos con el también colaborador del diario El País, queda claro que él asume el acto de escribir como si se tratara de algo similar al quehacer de quien todas las mañanas hornea pan; como quien durante cada amanecer abre su carpintería y trabaja con la madera… o como quien día tras día levanta la cortina de su negocio para reparar calzado o similar a quien sin falta alguna, de lunes a viernes, viaja de su casa a la oficina y trabaja: para Muñoz Molina, escribir es trabajar… todos los días… escribir y escribir… porque hay una responsabilidad en hacerlo y debido a que es un oficio —para él— como cualquier otro, sin ningún halo de misterio o hechizo, y tan vital para la vida de una sociedad como todos los oficios anteriormente enlistados.

      —Usted trabajó como director del Instituto Cervantes de Nueva York a partir de 2004 y hasta 2006, ha comentado que hasta ese momento no había laborado en un horario de oficina…

      —Bueno, trabajé de joven en un horario de oficina durante siete años, luego ya lo dejé…

      —Pero usted es un escritor que vive en otros registros de tiempo y exigencias… Esos dos años en el Instituto Cervantes me imagino que los utilizó para adaptarse a otro tipo de mundo. ¿Esto en algún momento le afectó negativamente a su literatura o le enriqueció?

      —Creo que uno puede volverlo todo a su favor. Por ejemplo, en esta novela hay una parte de la vida del personaje que habla del agobio del trabajo… eso me lo ha enseñado ese empleo. Creo que de todo se aprende. Ese trabajo me permitió también sumergirme en facetas de la realidad que no conocía, conocer por dentro el mundo de la gestión cultural en la ciudad de Nueva York, vivir no como un escritor ni como un rentista sino como una persona que se levanta en la madrugada y debe tomar el Metro a las siete de la mañana. Creo que el aprendizaje de lo real siempre es muy importante, procuro aprender apasionadamente de todo…

      —Pareciera que, bajo ciertos imaginarios en nuestras sociedades, el escritor es como una especie de entidad aparte del mundo de lo cotidiano…

      —¡No, por Dios…! Una cosa que detesto es la mitologización del escritor y es una cosa que está muy de moda, y se manifiesta en el modo en que con tanta frecuencia los libros son protagonizados por escritores… y escritores que asisten a congresos… ¡Eso a mí me produce un aburrimiento enorme! El escritor es como cualquier otro, el escritor es un periodista. En esta novela, por ejemplo, tiene una presencia muy importante el 11 de septiembre de 2001; esos días los viví como periodista, porque estaba en Nueva York y mi periódico no tenía quién informara sobre aquello, entonces yo lo hice.

      “Y ahora lo sigo haciendo de otra manera. Detesto esa idea del escritor como ser especial o del escritor como representante de la nación… canonizado… proconsular… del escritor que no es escritor sino parece que habla en nombre de su país o que representa a su país. Yo creo que el escritor es un particular. En la época del boom latinoamericano, mis modelos de escritores eran Juan Rulfo y Juan Carlos Onetti…”

      —Que hablaban poco…

      —Hablaban poco y se dedicaban a escribir. No eran hipóstasis de México ni de Uruguay, eran unos señores que estaban en su casa escribiendo…

      —En ese caso de ser escritor, a usted le molesta, me queda claro, el halo de misterio existente que hay en torno a ello. Pero la escritura, también desde hace tiempo, tiene un imaginario en donde la gente cree que el escritor está rodeado por las musas, en donde todo el contexto es muy bohemio y romántico…

      —Y la mala vida…

      —¿Cómo vive Antonio Muñoz Molina el acto de escribir…?

      —Es asombrosa la perduración del prestigio de esas leyendas tontas. De muy joven yo pensaba que cuando empezara a escribir y a publicar tenía que salir todas las noches a beber y tomar drogas… Eran los primeros años ochenta… durante la época de la gran efervescencia nocturna española: pareciera entonces que para ser escritor había que beber…

      —Porque ahí supuestamente llegan las musas según esta narrativa…

      —Todas las sustancias estimulantes que necesita un escritor las genera su propio cerebro.

El periodismo, una forma de literatura

—¿Dónde escribe Antonio Muñoz Molina? ¿Cómo es su proceso creativo?

      ?Tengo muchas maneras. Siempre llevo mis cuadernos y mis lápices… es una afición y un hábito. Rara vez estoy separado de eso. Ahora venía en el avión y aprovecho para tomar notas sobre el viaje y la gente que veo. Luego también depende mucho del proyecto en el que esté involucrado; toda la semana debo hacer una crónica para el periódico sobre asuntos culturales, eso es una disciplina que tengo: es una parte de mi trabajo que es invariable y la debo hacer esté en donde esté. Eso me crea un hábito y es algo completamente del profesional, eso es lo bueno que el periodismo tiene, pues existe una hora de entrega y existe una extensión.

      ?¿El periodismo y la literatura tienen registros distintos de temporalidad?

      ?¡No…! El periodismo es una forma de literatura, es un género literario.

      ?Pero tiene otro tipo de exigencias…

      ?¡Claro…! Igual que la poesía tiene otro tipo de exigencias en comparación con la novela, pero al fin y al cabo lo que el periodista hace es lo mismo que hace el escritor: contar el mundo con palabras. Luego depende de lo bien o mal que lo haga… Tiene esa parte que me gusta: debo hacer esto semanalmente, no depende de mi inspiración ni de mi capricho… es un trabajo. Y debo tener mil palabras a tal hora y debo tenerlas lo mejor que pueda, además debo procurar contar algo, no sólo hacer elucubraciones sobre política.

      “Me gusta contar algo que pueda informar al lector, que pueda darle una noticia sobre un libro o una exposición de arte o sobre cualquier cosa. Esa es una parte de mi trabajo que me gusta mucho, porque además es casi impersonal en el sentido de que puedes estar triste o alegre, pero a no ser que tengas cuarenta de fiebre… ¡lo haces! Como cualquier gente hace su trabajo. Luego hay otra parte que es completamente distinta, que es la invención literaria. Eso tiene otro ritmo y depende mucho más del azar al comienzo: ¿cómo llega una novela? Pues llega de una manera muy rara y azarosa, ahí intervienen cosas mucho más volátiles para que llegue o no llegue. Y una vez que has encontrado el camino, entra de nuevo la disciplina que es la persistencia: debes trabajar todos los días, de ser posible”.

Corriendo alrededor del Tajo en Lisboa

—Lo noto muy disciplinado… si bien no tiene un horario de trabajo en sí mismo…

      —Salvo en el caso de aquello que uno no tiene más remedio que hacer, el libro impone su propia disciplina: al principio cuando aún no sabes si estás haciendo una novela o no, es más azaroso, es más explorador… luego según va tomando forma, ello pide una continuidad. Trabajo por las tardes, y eso va ordenando por sí solo a la vida: ¡luego también está la felicidad de no hacer nada…! [risas]

      —Aparentemente es no hacer nada, pero…

      —Claro, en ese no hacer nada de pronto surge una paradoja: a veces el hacer mucho y ser disciplinado no sirve de nada. Yo no tenía previsto escribir esta novela, estaba escribiendo otra a la cual había dedicado mucho tiempo de documentación y trabajo; de pronto, al momento de empezar la escritura seriamente en la computadora, no salió y la perdí. Yendo a correr por la orilla del Tajo en Lisboa, entonces surgió una pequeña idea, la primera frase de este libro surgió en mi cabeza…

      —¿Y qué hizo ahí? ¿Volvió rápido a casa antes de que se le olvidara la idea?

      —No… Es que no era ninguna idea, sólo era una frase. Era la primera frase de ese libro: yo no sabía quién decía esa frase ni nada, pero era como encontrar un hilo.

       —Eso lo permite la literatura: pasar de un tema al otro, y el periodismo requiere contar lo que debe contarse y listo.

      —¡Claro! Por eso digo que esa es la diferencia…

       —Ese momento cuando caminó alrededor del río Tajo en Lisboa, ¿qué imagen tenía del fin del mundo?

      —Ninguna, era como si se me ocurriera un verso de un poema. Hay una imagen subyacente; soy de una conciencia medioambiental muy intensa, y me considero un militante de la ecología… soy un socialista, creo en la justicia y en la preservación de la naturaleza, pero con una preocupación consciente no se hace una novela.

Hay muchos fines del mundo

—El capitalismo seguramente acabará con este planeta en el plano medioambiental…

      —El capitalismo tiene una extraña capacidad que lo lleva por la codicia hasta autodestruirse, en ese momento llega el Estado y las instituciones que tanto ha despreciado y lo salvan. El capitalismo se destruyó en la crisis de 1929 y lo salvó el New Deal y la política social de Roosevelt; en el mundo durante 2008 el capitalismo había llegado ya a la destrucción; en España la crisis bancaria a los españoles (está cuantificado) nos ha costado 65 mil millones de euros.

      “Supongo que llegará el momento en que ya no se les podrá salvar, pero ellos desde hace 40 años defienden el discurso liberal que tú sabes: ‘Cualquier regulación es dañina para la economía’; ‘no puede haber impuestos altos porque hacen que no se cree riqueza’. Han creado una economía en la cual la gente joven en países como España no tiene ninguna posibilidad de tener una vida digna… y todo por la codicia. El dueño de Amazon es el tipo más rico del mundo, pero en Madrid los repartidores de esa empresa están como locos repartiendo para ganar una miseria. ¿Eso cómo se sostiene?”

      —Es indigno…

      —¡Hombre, claro…! Hace muchos años cuando llegué a Nueva York, una cosa que me llamó la atención y me producía una tristeza enorme era ver a los inmigrantes ilegales (generalmente centroamericanos, mexicanos o asiáticos) repartiendo comida a domicilio en una bicicleta de mierda, sin luces, con el hielo en el pavimento… repartiendo eso a cambio de la propina miserable que le quisiera dar un cliente. Eso ahora lo hace la gente joven en Madrid, estos repartidores de Uber Eats: paso cerca de mi casa y hay un McDonald's o Kentucky Fried Chicken, y están los chicos jóvenes con sus bicicletas, esperando ahí… yo los miro y digo: “esto es todo lo que la sociedad tiene para ofrecerles…”.

      —Además pareciera que deben estar agradecidos…

      —¡Pero claro…! Entonces piensas cómo este sistema puede sobrevivir…

      —El fin del mundo quizá ya llegó… ya estamos ahí…

      —Es que hay muchos fines del mundo: el fin del mundo para muchas especies animales y vegetales, no sólo llegó sino que pasó y se acabó. ¡La urgencia es tan abismal…!

“Tú no quieres la catástrofe”

—Finalmente, yo sé que usted tiene una visión global y panorámica de la sociedad, lo cual siempre es necesario en un intelectual y un escritor… pero pensando en el fin del mundo personal de Antonio Muñoz Molina: ¿qué le quitaría totalmente las energías y las ganas de seguir peleando y escribiendo?

      —Si te fijas, la novela trata de seres humanos concretos, de la vida íntima de ellos… A mí lo que más miedo me da en el aspecto privado es el dolor o la desgracia de las personas a quienes amo: tengo hijos, tengo familia… tengo una nieta de un año y medio… la veo y digo: “¡qué mundo le espera a esta niña…!”, eso te impide ser nihilista. Tú no quieres la catástrofe, quieres que las cosas se arreglen.

      —¿Este mundo tiene remedio? ¿Se podrá salvar?

      —Yo creo que sí, hemos visto que las cosas que pueden ir a peor… también pueden ir a mejor. Hay un libro maravilloso que a mí me ha influido mucho, es Postguerra. Una historia de Europa desde 1945 [2005], de Tony Judt. Imagínate lo que Europa era en aquel año y se reconstruyó…

      “Lo he visto en mi propia vida, cuando yo era adolescente todos los expertos internacionales decían que en cuanto terminara la dictadura, España volvería a caer en la guerra porque (desde estas teorías antropológicas extrañas) se dice que a los españoles y los latinoamericanos nos gusta la violencia y la sangre.

      “Nací en un mundo en donde una mujer no tenía ningún derecho, en donde los padres y los profesores podían golpear impunemente a los niños, en donde si un hombre mataba a su esposa y alegaba que lo había hecho por celos, no iba a la cárcel porque era un crimen pasional…”.

      —Estaba naturalizado…

      —Eso era hasta hace nada. He visto cómo las cosas pueden mejorar, no es que me lo hayan contado. He nacido en una casa en donde no había agua corriente…

      —Tiene esperanza entonces…

      —Sí, tengo esperanza porque sé que las cosas se pueden hacer bien, dentro de las limitaciones humanas. Yo no soy un nihilista ni nada de eso; veo aquí en México que hay problemas horribles, pero también existe gente súper preparada y racional. Ese pesimismo radical también es muy hipócrita porque en tu vida práctica nunca eres nihilista: puedes decir que el mundo no tiene sentido, pero tu café te lo tomarás…

      —Y pondré el despertador al día siguiente porque creo que el mundo seguirá girando…

      —¡Claro…! Y porque además en el ámbito de tu vida cotidiana, hay muchas decisiones que tomas a diario: estábamos hablando del trabajo en el periódico… ahí uno puede tomar la decisión de hacer mejor o peor su trabajo, en eso soy muy camusiano. Diría Albert Camus: “Que cada quien haga su trabajo”.



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