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Beethoven


Publicación:12-01-2020
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Rainer Maria Rilke / versión de Sergio Cárdenas 

En diciembre de 1770 en Bonn, Alemania, nació Ludwig van Beethoven, ese indiscutido gigante de la música. Y ya su país natal y la Europa occidentalizada en general ha puesto en marcha una serie de homenajes que dan comienzo apenas iniciado el nuevo año. No se sabe con certeza la fecha de su nacimiento, pero su partida sí está confirmada: murió en Viena el 26 de marzo de 1827. El director de orquesta mexicano Sergio Cárdenas, especialista en el poeta Rilke (Praga, 1875 / Suiza, 1926), cuya obra prácticamente en su totalidad ha vertido al castellano, nos remite este escrito de Rainer Maria Rilke sobre Beethoven tomado de Los Apuntes de Malte Laurids Brigge (capítulo 24, 1910). Con estas valiosas líneas de la prosa poética de Rilke que el compositor tamaulipeco ha traducido desde el alemán original, y que nos autoriza reproducir, la sección cultural de Notimex celebra anticipadamente con sus lectores al siempre recordado y presente Beethoven…

El molinero, ante quien pasaba todos los días, había colgado dos máscaras en su puerta: la cara de la joven ahogada, que le tomaron en la morgue porque era bella, porque sonreía tan engañosamente como si lo supiera. Y debajo su cara sapiente, este nudo duro hecho de sentidos contraídos, esta implacable autoconcentración continuamente humeante de música volitiva. La cara de aquello a lo que Dios le había cerrado el oído para que no hubiera otros sonidos más que los suyos. Para que no se perdiera en lo turbio y decrépito de los ruidos. Él, en quien estaba la claridad y la permanencia de la música, para que los sentidos mudos le registraran el mundo, sin sonido, un mundo ansioso, expectativo, inacabado, anterior a la creación del sonido.

      Consumador del mundo, como lo que cual lluvia cae sobre la Tierra y en las aguas, que despreocupada y aleatoriamente cae, invisible y alegre se yergue desde las normas, se eleva y construye el cielo: así se elevó desde ti la ascensión de nuestras precipitaciones y embovedó el mundo con música.

      Tu música: que ella hubiera sido por el mundo y no por nosotros. Que uno te hubiera construido un hammerklavier [teclado de martinetes] en Tebas y un ángel te hubiera guiado hasta ahí ante el instrumento solitario a través de la serie de montañas del desierto en las que reposan reyes, anacoretas y heteras. Él se habría aventado en lo alto y alejado, temeroso de que comenzaras.

      Y luego tú te habrías destorrenciado, tú, Torrente inaudito, regresándole al Cosmos lo que sólo el Cosmos puede soportar. Los beduinos, supersticiosos, se habrían escapado en la lejanía; los mercaderes se habrían postrado en la periferia de tu Música, como si tú fueras la tormenta. Algunos leones te habrían rodeado desde lejos por la noche, asustados de sí mismos, amenazados por su conmocionada sangre.

      Pues, ¿quién te recupera de los oídos que son concupiscentes? ¿Quién expulsa de las salas de música a los comprables con el oído estéril, superficial y que nunca percibe? Allí se irradia semen y ellos se apoyan unos a otros cual doncellas y juegan con él o él cae entre ellos como el semen de Onán mientras yacen en sus irrealizadas satisfacciones.

      Pero, señor, ahí donde un oído virgen acampara junto a tu sonido: moriría de beatitud o gestaría lo infinito y su cerebro fecundado estallaría del tremendo alumbramiento. 



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