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Opinión Columna


¿Evitarles el sufrimiento?


Publicación:04-04-2018
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Que sean felices como no lo fueron sus padres – se piensa. Que no conozcan nunca el “NO”, evitarles, a cualquier forma y precio, el dolor o frustración

“El sufrimiento nos amenaza por tres lados: desde el propio cuerpo que, condenado a la decadencia y a la aniquilación ni siquiera puede prescindir de los signos de alarma que representan el dolor y la angustia; del mundo exterior, capaz de encarnizarse en nosotros con fuerzas destructoras omnipotentes e implacables; por fin, de las relaciones con otros seres humanos.” (Sigmund Freud, El malestar en la cultura)

Que sean felices como no lo fueron sus padres – se piensa. Que no conozcan nunca el “NO”, evitarles, a cualquier forma y precio, el dolor o frustración, es el slogan del mercado que resuena en las culpas y deseos desesperados de reparación de madres y padres a lo largo y ancho del mundo, “¡Compre su tranquilidad!”, quienes consideran que los hijos tienen la “obligación” de ser felices, para que ello les regrese (calme) la imagen ideal a sus padres, quienes tienen mucho miedo de cometer errores, de arriesgar-se, ser catalogados por sus hijos como “malos padres”, por ello hay que darles todo lo que pidan, al extremo de la abundancia, satisfechos permanentes. ¿Pues no es acaso eso, lo que uno como madre y padre quiere para sus hijos, lo mejor de lo mejor? Lugar común sobre la función de los padres, que busca ignorar una experiencia fundamental, que el exceso también satura, harta y produce aburrimiento. Satisfacer saturando de objetos, para no vivir la privación, reducir al mínimo el tiempo entre la necesidad, la carencia y el desear o pedir, ¿Para siempre estar al 100?

Luego están los “naturalistas” que plantean que los humanos podemos vivir en completa armonía con el mundo, para ello argumentan una constitución originaria, supuestamente portadora de una sabiduría esencial, creyendo que si se analiza, se argumenta histórica y psicológicamente, se está pervirtiendo el curso “natural” de la vida; hay que respirar y comer lo natural, ¡como si lo natural existiera en el campo de lo humano! Tampoco se han dado cuenta que la comida sembrada es ya desde que el hombre le puso mano, artificio cultural. Promueven la extensión en todo: lactancia extendida por años, escuela en casa, colecho, ¿También adultos viviendo con sus padres, adolescentes eternizados? perpetuando la no-separación del seno familiar y materno, procurando sin darse cuenta y padeciendo el retorno de un Real, impávido y violento, bajo las formas de enfermedades que se creía erradicadas, controladas; ven “maldad” en toda forma de cultura educativa, médica y cultural, ¡Cuidado! ¡Las inyecciones y vacunas nos envenenan! Sin advertir que vivimos, ¡que viven incluso ellos mismos!, rodeados de construcciones y herramientas culturales, empezando por el lenguaje y sus metáforas de la “naturaleza”, que también son invenciones culturales y por lo tanto históricas o ¿Acaso la “naturaleza”, esa que se presenta en el animal planet y llega hasta la comodidad del hogar, podría sostenerse sin una cámara y sin una narración?

Al pretender despojar los lazos y discursos humanos de argumentación (lógica, matemática, histórica, económica, filosófica, etc. etc. y más etcétera) pretendiendo llevarlos a un punto cero de no-argumentación, de no-sentido, de pensamiento sin critica, que muda a un solo senti-miento y sensaciones, centrados en la respiración y el pensamiento positivo, en una lectura sincretista y panteísta de las energías, se está erigiendo un contexto de confusión mayor, donde el senti-miento toma la forma de la verdad, donde se cree que porque se siente-bien es entonces verdadero y bueno, como único referente: si se lee o se ve en una imagen que impacte, indignando o atemorizando, entonces ha de ser verdadera, por ello las peores creaciones de la “democracia” son el miedo y la indignación; en el primero, se rompe el lazo social, la participación, el pensamiento crítico, la reflexión, se vive solo para reaccionar, mientras que la indignación nos erige a cada uno como expertos moralistas del obrar del otro -no del propio, por supuesto- vivimos indignados solo por los otros, ignorando –o no queriendo reconocer- la propia participación, al tiempo que se abona para construir contextos aún peores, cargados de discriminación, moralidad y odio a las diferencias, empezando por las propias.

camilormz@gmail.com

 

 

 



« Redacción »
Camilo Ramírez Garza


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