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Opinión Columna


Es lo mismo


Publicación:06-06-2019
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El principio ahora está en que para el sistema educativo es indistinto que los niños vistan falda o pantalón.

Las constantes amenazas de Donald Trump sobre la imposición de aranceles a las relaciones comerciales que mantiene con China y que de no contribuir más al sostenimiento de la defensa nuclear de la comunidad europea, incluyendo la afirmación de que México no despliega el más mínimo esfuerzo para contener la emigración centroamericana hacia el territorio de Estados Unidos, exhibe sin tapujos que el equilibrio del mundo se encuentra sostenido por alfileres, susceptible de romperse porque ningún país estaría dispuesto a cargar con el costo social de la imprevisión y del cambio hormonal sobre decisiones que suponen el cálculo frío de todas las posibilidades que pudiera encarar Estados Unidos, al lado de un ambiente institucional en el que su bipartidismo da a sus aliados en el exterior la posibilidad de que nadie tiene la seguridad de que un equipo de trabajo conduzca los destinos del país durante los siguientes cuatro años de gestión política, con excepción de que las decisiones de Donald Trump generan entre el pueblo una afección contra de sus enemigos, cuya intensidad dependerá de la manera en que estas relaciones afecten a sus sectores.


Alguna vez, en mi artículo titulado Combatir a los Centroamericanos publicado en el periódico el Porvenir en su edición del día seis de noviembre de 2018, precisé que Montesquieu, en Consideraciones sobre las causas de la grandeza de los romanos y su decadencia, desarrolla una idea precisada en el espíritu de las leyes: “Dice Líbano que en Atenas, al extranjero que se mezclaba en la asamblea del pueblo se le castigaba con la pena de muerte; como que usurpaba el derecho de soberanía. Es esencial la fijación del número de ciudadanos que deben formar las asambleas, sin esto, se ignoraría si ha hablado el pueblo o una parte de él, nada más. En Lacedemonia, se exigía la presencia de diez mil ciudadanos. En Roma, que nació tan chica para ser luego tan grande y que pasó por toda clase de vicisitudes, de suerte que unas veces tenía fuera de sus muros a la mayoría de sus ciudadanos y otras veces, dentro de ellos, a toda Italia y una gran parte del mundo, no se había fijado el número; y ésta fue la causa de su ruina” (Montesquieu. Del Espíritu de las Leyes. Ed. Tecnos. ISBN 978-84-309-4532-0).


No podemos pasar por alto lo que afirmó Benjamín Constant: “Los pueblos guerreros de la antigüedad debían en su mayor parte a su situación de espíritu belicoso. (…) El mundo de hoy es precisamente, a este respecto, lo opuesto al mundo antiguo. (…) Hemos llegado a la época del comercio, época que necesariamente ha de sustituir a la de la guerra, como la de la guerra hubo necesariamente de precederle. La guerra y el comercio no son sino dos medios distintos de llegar a la misma meta, o sea, la de poseer lo que se desea. El comercio no es sino un homenaje tributado a la fuerza del poseedor por quien aspira a la posesión. Es un intento de obtener de buen grado lo que ya no se espera alcanzar mediante la violencia. Un hombre que fuera siempre el más fuerte no tendría nunca la idea del comercio. Es la experiencia, la que demostrándole que el empleo de su fuerza contra la fuerza del otro, está expuesta a diversas resistencias y a diversos fracasos, le lleva a recurrir al comercio: un medio más suave y más seguro de incitar el interés de los demás para consentir en lo que conviene a su interés” (Del espíritu de la conquista, ed. Tecnos).


Desde otra perspectiva totalmente distinta, el Club de Roma -una Universidad invisible formada por un centenar de personalidades- decidieron poner en marcha desde 1968 un Proyecto sobre la condición humana, dentro del cual se examina la contradicción existente entre el carácter limitado de los recursos existentes en el planeta y la expansión sin límites del crecimiento (Instituto Tecnológico de Masachussets: D. L. Meadows: Límites al Crecimiento), hasta que se llegó a la conclusión que las crisis actuales no son pasajeras y que sólo podrán solucionarse, a largo plazo, con una visión global de los problemas, lo que implica una actitud armónica con la naturaleza, hasta que desde 1976 se ha recomendado la creación de un nuevo orden económico internacional, en el que debe cuestionarse el papel preponderante y hegemónico del dólar estadounidense sobre las decisiones políticas, económicas, financieras y militares en el mundo y el de las otras monedas, de cuestionarse la penetración de la banca privatizada en la financiación del crecimiento de los países menos desarrollados que hace que la deuda externa se privatice con los consecuentes reclamos internos por el despojo de que son víctimas, y la exaltación de la soberanía popular, sin olvidarse de un Programa Integrado de productos básicos para asegurar cierta estabilidad en las exportaciones de los países menos favorecidos y la trasferencia de tecnología. Todo lo cual se ha intentado poner en práctica.


Al lado de las conclusiones recomendadas por el Club de Roma, también queda la tesis de John Dickinson sobre la interpretación en su obra Death of a Republic (1963) del paralelismo que guarda la aparición de las modernas dictaduras totalitarias del fascismo y la sustitución de un sistema tan sólido como el de la republica romana, al ser sustituido por la monarquía absoluta, destacando que el sistema de la república romana suministraba solidez en el contexto de la ciudad-Estado y que ahora los problemas planteados se dan en el contexto de Estados nacionales mucho más grandes, por lo que resulta inadecuado el sistema.


Qué hay que hacer, se pregunta Umberto Eco: Se requiere de una gran pax que se desmembra y que por su propia complejidad ingobernable se derrumba,…porque en las fronteras están presionando los bárbaros, que no son necesariamente incultos, sino que traen nuevas visiones del mundo. Dichos bárbaros pueden penetrar con violencia, porque quieren apropiarse una riqueza que se les había negado; o pueden infiltrarse en el cuerpo social o cultural de la Pax dominante haciendo circular nuevas perspectivas de vida. Al comienzo de su caída, el Imperio romano no estaba minado por la ética cristiana; se había minado solo al acoger de forma sincrética la cultura alejandrina y los cultos orientales de Mitra y de Astarté, jugueteando con la magia, con las nuevas éticas sexuales y con varias esperanzas de salvación…había mitigado las diferencias entre las funciones sociales…una gran tolerancia represiva permitía todo…” (La nueva edad media). El principio ahora está en que para el sistema educativo es indistinto que los niños vistan falda o pantalón.

 



« Redacción »
Carlos Ponzio


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