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Opinión Columna


El fin de la Amazonía


Publicación:01-09-2019
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La destrucción del Amazonas es la consecuencia de decisiones políticas

 

En Brasil el Amazonas arde. En lo que va del año, 83,000 incendios han ocurrido en la selva más grande del planeta.


Nunca, desde que se tiene registro, han habido tantos incendios. Tan sólo en julio, el Amazonas perdió un área del tamaño de la Ciudad de México, es decir, cada minuto ardió el equivalente a una cancha de futbol. Además de la pérdida de biodiversidad, los incendios generaron una cortina de humo del tamaño de México que llegó hasta la lejana ciudad de Sao Paulo. A la mitad del día, la capital económica de Brasil quedó sepultada en la oscuridad del humo. A la mitad del día, llegó la noche, quizás como una metáfora demasiado cruda de lo que nos espera en el presente ecocidio.


El Amazonas es uno de los ecosistemas más ricos del planeta. El sistema selvático se extiende por 5.5 millones de kilómetros cuadrados, casi tres veces el territorio mexicano y 17 veces el territorio del Reino Unido. Entre esa enormidad vive el 10% de la biodiversidad mundial y 500 tribus indígenas, de las cuales alrededor de 50 nunca han tenido contacto con el mundo externo. Es fácil romantizar tanto misterio, pero más allá de la riqueza natural y cultural, la realidad es inobjetable: el Amazonas produce el 20% del oxígeno de la atmósfera de nuestro planeta. Entre tanta politiquería a veces se nos olvida o lo tomamos por dado, pero somos seres vivos, animales, que requieren de oxígeno para poder vivir, para poder incluso hacer esa politiquería.


Las razones por las cuales el Amazonas arde son muchas, pero hay tres principales y todas tienen que ver con la negligencia humana. La primera es una razón cultural e histórica; durante los meses de julio, agosto y septiembre, los campesinos que habitan la zona realizan quemas en la tierra, muchas de las cuales se salen de control. La segunda tiene que ver con el calentamiento global, este ha sido el segundo año más caliente del que se tiene registro en aquella zona del planeta. Y la última es de carácter político, el presidente Jair Bolsonaro llegó a la presidencia de Brasil argumentando poco interés en la conservación del Amazonas.


Para Bolsonaro, el Amazonas es un espacio de oportunidad, un lugar para aprovechar no para conservar. Desde que llegó a la presidencia ha eliminado los programas de vigilancia y protección de la selva. Por eso, cuando el mundo empezó a fijar su atención en los incendios, el presidente de Brasil, desdeñó la preocupación internacional y acusó a las ONG de haber comenzado el incendio.


El desinterés de Bolsonaro no es sorprendente, el presidente de Brasil pertenece a una nueva ola de líderes mundiales que minimizan el tema ambiental. Estos líderes ven las preocupaciones ambientales internacionales como un adorno innecesario en el mejor de los casos y como una injerencia externa, en el peor. Al igual que Trump, Putin, Xi Jinping, AMLO y Johnson, Bolsonaro es un político que considera la política ambiental un adorno y un estorbo a la vez. Su visión de mundo es estrecha; como antropocentrista, Bolsonaro entiende la selva únicamente como recursos para el uso humano, como político de derecha, asume que la agenda ambiental es una invención neocolonial que pone en riesgo la soberanía nacional y como populista solo muestra interés en aquello que sea redituable en lo electoral. A todo esto se agrega un tema geopolítico, el Amazonas es el enclave militar del ejército brasileño, de alguna forma su razón de ser, como exmilitar, Bolsonaro entiende el Amazonas como un campo de combate, un símbolo de la soberanía brasileña y de la necesidad de las fuerzas armadas.


La destrucción del Amazonas es la consecuencia de decisiones políticas: de un desdén profundo de políticos que buscan lograr sus proyectos de infraestructura a toda costa, de políticas de austeridad que vacían las arcas de las organizaciones e institutos que protegen los recursos naturales, de una visión estrecha de mundo, donde todo se somete a lo electoral.


En México, el tema ambiental le es indiferente a los políticos y a los analistas pues carece del interés de la grilla política y la coyuntura cotidiana. Como los incendios del Amazonas no pueden usarse como arma política para atacar a un contrincante, los políticos mexicanos hacen caso omiso, su indignación con los ecocidios sólo llega cuando el ecocida es un contrincante político. Algo similar ocurre en muchos otros países del mundo que observan indiferentes la destrucción del sistema selvático más extenso del planeta. Cuando la catedral de Notre Dame ardió, el mundo envió su solidaridad y ayuda al pueblo francés, ahora que la selva que nos da oxígeno está en llamas, el interés y la ayuda son mínimos.



« Redacción »