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Opinión Editorial


El avión presidencial


Publicación:20-01-2020
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El viernes pasado en una conferencia de prensa  matutina, el presidente Andrés Manuel López Obrador (AMLO), dio una información que se difundió de manera viral en las redes sociales, y que aún es fecha de que los analistas políticos y los políticos no atinan a descifrar, si se trató de una ocurrencia o la cosa va en serio, nos referimos a la idea de rifar el avión presidencial por medio de la Lotería Nacional como opción viable para recuperar el dinero que requiere su venta.

Todo empezó hace un año, el presidente decidió enviar a California, a un hangar especializado, la aeronave Boeing 787-8 Dreamliner, considerando que allá podría agilizarse su venta; no fue así, y después de pagar cerca de 30 millones de pesos por la renta del lugar y el mantenimiento, decidió traerlo de regreso a México.

La aeronave se adquirió en los períodos de los presidente Calderón y Peña, el costó fue de 160 millones de dólares, aún se deben más de cinco mil millones de pesos, sin embargo, el gobierno federal, de acuerdo con un avalúo por parte de la Organización de Naciones Unidas (ONU), pide 130 millones de dólares para su venta, hasta el momento ha recibido propuestas inferiores, la más próxima de 125 millones de dólares.

Para el presidente López Obrador, el avión presidencial es un símbolo de la “mentalidad faraónica”, es decir, un exceso de lujos mientras el pueblo se mantiene en la pobreza; es un símbolo que fortalece su palabra de acabar con los beneficios de una clase política acostumbrada al despilfarro y a la opulencia, y que olvidó a lo más necesitados.

Además del sentido simbólico que es importantísimo para el presidente mexicano; existen dos motivaciones más que lo impulsan a estar profundamente decidido a venderlo: la primera de ellas es el sentido del ahorro; se trata de una aeronave que requiere mucho dinero para su mantenimiento; además, el presidente quiere utilizar todos los recursos que pueda recuperar de los excesos de la clase gobernante del sexenio anterior, para aplicarlos a fomentar el desarrollo de los programas sociales, que son tan importantes para su proyecto de nación.  La segunda motivación, es la necesidad propia de sus actividades presidenciales; por lo general los presidentes sí requieren una aeronave que les permita realizar recorridos extensos, por más de cinco horas, y que puedan seguir trabajando mientas realizan el viaje, con la tecnología requerida y la seguridad que brinda un vuelo de esta naturaleza.

Para el caso del presidente López Obrador, su agenda omite su participación en foros internacionales, no ha realizado visitas de estado fuera de México, y lo más probable  es que se abstenga lo más que pueda, como lo ha hecho hasta el momento, por  realizar viajes fuera del país; además, se encuentra muy bien representado con el canciller Ebrard, quien le resuelve los problemas de política exterior más complicados.

Realmente el avión le sale sobrando, primeramente por su significado simbólico de opulencia e injustica social, y porque sus viajes son locales con una duración inferior a las cinco horas, ya que todos son de carácter nacional; además, el presidente aprecia mucho el contacto con la gente, y eso sólo se da en recorridos terrestres, aunque representen mayores riesgos, pero es la manera que se hacía en la vieja escuela priista, recorrer el país por sus carreteras y por tren.

Tiene razón AMLO de que por medio de un recorrido “a ras de suelo” puede uno apreciar mejor la cultura de las personas, de los pueblos; los escritores del movimiento Beat lo sabían, y también los guionistas, que pueden plantear todo un argumento basados en un road trip. El presidente López Obrador al estilo tradicional del siglo XX, opta por los road trips políticos, seguramente le recuerdan sus momentos de luchador social y político disidente.

Hay que reconocer que aún antes de ser presidente, AMLO recorrió el país como ningún otro candidato y, en la medida que la inseguridad crecía, siguió yendo a  los pueblos, como aún lo hace los fines de semana;  en aquellos tiempos con nula seguridad y arriesgando a que las bandas de delincuentes pudieran actuar en su contra. Pero nunca lo han hecho, seguramente perciben la idea que tiene el presidente de que los jóvenes delincuentes ligados al crimen organizado, en realidad, antes de ser victimarios fueron víctimas de una violencia estructural del sistema neoliberal.

Mientras no declare la guerra al narcotráfico  podrá recorrer esos caminos apartados del México profundo; sin embargo, los criminales organizados de cuello blanco, vinculados a procesos por lavado de dinero, corrupción, tráfico de influencias, desviación de recursos públicos, a quienes ha afectado y a quienes sí les ha declarado la guerra abiertamente; estos delincuentes sí tienen  el poder para tratar de atentar contra la seguridad de nuestro presidente; por lo que AMLO no puede confiarse a que el pueblo lo protegerá, el riesgo está allí al acecho.

Por los motivos antes citados  y seguramente otros más, el presidente AMLO no tiene la menor duda de que el avión presidencial debe ser vendido al mejor postor, y si no lo hay, intercambiarlo por equipos médicos de igual valor  o que se forme una sociedad de empresarios para que lo adquieran de manera colectiva, inclusive rentarlo, pero la opción que llama la atención es la de rifarlo.

Por lo que podemos entender no se trató de una broma, el proponer rifar el avión a través de la Lotería Nacional, con un costo de 500 pesos el cachito,  pareciera una ocurrencia un poco extravagante, pero el presidente AMLO no lo dijo jugando;  aunque las otras opciones son más factibles de que se lleven a cabo, la rifa el avión puede efectuarse  en caso de que las otras alternativas no funcionen.

Los números que ya expresó, de considerar vender cada  chachito en 500 pesos y emitir  seis millones de boletos, resultaron en una opción realmente viable para recuperar el dinero que costó la aeronave; además, el presidente incluyó en este cálculo el costo aproximado del mantenimiento mientras él o los dueños logran venderlo sin rematarlo; lo único que  le faltó al presidente fue incluir también el costo de los impuestos a pagar, que ascienden hasta un ocho por ciento, ya que este dinero por lo general se cubre con el monto ganado, que siempre es una suma de  dinero donde  se entrega ya con el descuento por motivo de impuestos. En el caso del avión presidencial habría que esperar a que el ganador lo venda para que pueda pagar el ocho por ciento  de los 130 millones de dólares.

Esto último sí nos preocupa,  estamos haciendo ya  un ahorrito para comparar los cachitos cuando se realice la rifa, pero si nos lo ganamos de dónde va a salir para pagar los diez millones de dólares de impuestos que exige el fisco, esperemos que desde ahora pudieran exentar este cobro, aunque sea una excepción que disguste a la señora Buenrostro del SAT.

 

 



« Redacción »
Arturo Delgado Moya

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