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Cuentos de domingo de resurrección

Cuentos de domingo de resurrección


Publicación:09-04-2023
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¡Manía por sueños e idealidades!

  Olga de León G.

Como cada mañana, se levantó exactamente diez minutos antes de las siete. Solía decir a quienes le preguntaban sobre el porqué diez minutos antes de la hora, que así había programado su mente para ir al baño y mojar un poco sus párpados, logrando de esa forma despertarse totalmente.

Ángel entró al baño y salió a los seis minutos, dirigiéndose luego a la cocina: puso el café en la cafetera, que había dejado preparada -la noche previa- con el filtro de papel dentro de ella, no le gustaba usar la propia canastilla con malla. Desde que compró su primer cafetera, tomó la costumbre de retirar la canastilla para el café, la guardaba, y no volvía a saber de ella sino hasta que por olvido de compra, se le terminaban los filtros de papel...

Cuatro minutos después, volvió a sonar la alarma del radio-reloj, precaución que también se tomaba, por aquello de no levantarse antes (lo cual nunca sucedía), entró nuevamente a la recamara y apagó la alarma.

Esa era una mañana de viernes Santo. No iría a la iglesia. Pero, igual, como devoto cristiano, esperaría a que dieran las cuatro con treinta de la tarde para después del sacrilegio de la Crucifixión, a partir de entonces, esperar la Resurrección de Cristo Jesús, el Hijo de Dios Padre, al tercer día.

Y con esas ideas en su mente, en sueños, se arreglaba para ir al Panteón y estar ante la tumba de su hijito, a ver si él también le daría una señal de que su vida iba por el camino correcto, el camino del amor, la justicia divina y la bondad de todos los Ángeles y Arcángeles del cielo. No quería equivocarse, no podía cometer falta ni pecado alguno que evitara se le cumpliera el milagro solicitado desde hacía  años, desde que su niño murió.

"Dios mío y de todos los mortales creyentes y no creyentes escucha mi ruego, con humildad y profunda fe te lo pido: has el milagro de bendecir las vidas de mis hijos vivos, te lo pido por el alma del hijito que ya reposa en tu reino y al que vengo a recordar..." Y pedirte que:

"Abras sus corazones a tu fe y al amor entre hermanos, que los rencores añejos y nuevos, los celos, envidias y malos pensamientos mueran en su intento por dominar sus mentes: ellos son buenos, ambos son nobles de corazón, y en su amor por nosotros, los padres, se encierra el verdadero amor a Ti, Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo".

A Ángel le pareció escuchar unas suaves pisadas a sus espaldas, que se le iban acercando; giró el cuello, y vio a su mujer que venía hacia él. Una amorosa sonrisa se dibujo en el rostro de ambos al tropezar con sus miradas, las pupilas de una con el otro y viceversa.

Con cierta ansia, ella le preguntó: ¿recibiste alguna señal, amado mío? 

Él agachó su cabeza mientras rodaban sendas lágrimas por sus mejillas... y entonces, casi de inmediato, levantó su mirada al cielo, y dijo: "Perdóname Señor, ¿acaso me estoy quedando ciego, o la sombra de esta tarde nublada y triste me impide ver con claridad?" Mira, mujer, son o no son nuestros hijos, los que ahora vienen hacia nosotros, tomados de la mano.

En la casa de Ángel y María, la alarma del reloj-despertador sonó diez minutos antes de las siete de la mañana: era un viernes Santo, y Ángel, postrado en su lecho miró al lado de él a su mujer; era ella quien se levantaba para, después de entrar al baño e ir a la cocina, poner el café para el desayuno.

Antes de salir de la recámara, le dio un beso en la frente al esposo, al tiempo que le decía, te dejo tu sillita andador junto a la cama... No tardes mucho, te espero en la cocina para que me acompañes desde tu asiento de la "oficina", mientras saco de sus cajitas las medicinas: 

- Aquí estoy ya...

- "Buenos días, amor". ¡Con qué buen semblante amaneciste hoy!

¿Tuviste algún sueño especialmente agradable?, cuéntame. Yo soñé contigo...

Era un sábado del año de 2023. Ambos esperaban el arribo del Domingo de Resurrección, para agradecer por los milagros, los más importantes: la Resurrección de Jesús, el amor de sus hijos entre ambos y su fraternidad.

Manía de un par de locos, por: ¡Sueños e idealidades de paz y amor!

Don Mateo, el contador

Carlos A. Ponzio de León

Era un hombre viejo en los ochenta, que veía para un lado con un ojo y para otro con el otro. Usaba audífonos cuando iba al café. Sepa Dios qué tipo de música escuchaba, pero introducía números en la computadora, en una hoja de Excel, a partir de sus lecturas de váuchers. Tal vez sería asistente del contador de alguna empresa o de alguna persona física que declaraba impuestos. De cabello y bigote cano, obeso, vistiendo pantalones guindos y camisa gris, de botones y manga larga, de pronto debía acercarse a la pantalla porque no alcanzaba a ver bien las celdas con números, a pesar de que usaba un aumento del 150 por ciento en la pantalla.

Su jefe le pagaba el café para que hiciera su trabajo en un lugar con aire acondicionado. Además, usaba un ratón inalámbrico para moverse en la computadora. Llevaba colgada al cuello una cadena con una cruz de plata y adentro de esa cruz, había cenizas del cuerpo de su madre. Introducía los números lentamente, con cuidado de no cometer errores, que podían resultar en el pago excesivo de impuestos o en una auditoría que podía salirle extremadamente cara a su jefe.

Miraba de reojo al hombre sentado en la mesa frente a él. Temía serle aborrecido, como ya lo era entre otros viejos que llevaban una vida más modesta y que no contaban con trabajo. Algunos de ellos se encontraban en situación de calle. Pero él, don Mateo, era muy afortunado. Llevaba cada semana algo de dinero a casa, tenía un reloj de muñeca marca Casio, un celular Android y calcetines cien por ciento de algodón. Luego miraba de reojo hacia otra mesa.

Le gustaba ese café: Lugar amplio, bajo un techo de tres metros de altura, con ventanales que iban del piso al muro bajo del techado, y que se extendían por veinte metros de largo, frente a la calle. El alumbrado combinaba luces blancas y amarillas, y el aire climatizado a veces le volvía necesario colocarse un suéter, aún fuera pleno verano y la temperatura exterior alcanzara los cuarenta grados centígrados.

La noche de aquel día, don Mateo había tenido un sueño que lo había despertado angustiado a media madrugada. En su sueño hablaba arameo y tenía alas. Y se encontraba a punto de ser martirizado por diez mil espadas. Al despertar con el pecho agitado y la angustia extendiéndose sobre su cuerpo como un millar de hormigas que lo cubren lentamente, buscó su celular en la mesa de la cama. Encendió la luz y se encontró bajo las sábanas. Eran las 3:34 de la mañana. Extendió la mano abierta, secándose el sudor de la frente y, con la palma hacia arriba, murmuró: "¡Dios mío! ¿Qué significa esto? ¿Qué estoy haciendo yo aquí?" El silencio se metió rápidamente por sus oídos y le atestó un dolor que sintió por toda la frente y una voz le espetó: "¡No temas, Evangelista!" 

Eso no lo dejaba trabajar tranquilamente en el café. De pronto la angustia le recorría el cuerpo y lo distraía de su deber. Los números se le revolvían en la pantalla y no alcanzaba a distinguir con claridad las celdas, pues solo deseaba pensar en su cumpleaños. ¿Con quién lo celebraría? Había llegado a los ochenta y cuatro con pocos amigos. Estarían en casa, para la fiesta del sábado, su esposa, sus hijos, nietos y un amigo.

Don Mateo seguía revisando las cuentas en la pantalla de la laptop. Pero se distraía incesantemente. ¿Y si él era Mateo, el evangelista, y había reencarnado como decían que sucedía según los hinduistas y budistas? ¡Qué locura! ¡Y qué mundo tan distinto al que había vivido hacía dos mil años! Había regresado como un hombre afortunado, con trabajo aún a su edad y por las cosas de las que había disfrutado en vida. No había llevado un vivir lleno de lujos, pero definitivamente sí, uno afortunado. ¿Había sido por aquel Mateo, el Evangelista, que había elegido estudiar contaduría hacía setenta años?

No sabría qué decir, qué opinar. ¿Esto le estaba sucediendo a alguien más en la tierra? ¿Acaso era de los hombres que creía en historias de fantasmas o entes de otros planetas? Había visto cosas extrañas a lo largo de su vida, y algunas tanto, que todavía las recordaba, pero nada parecido a esto. ¿Acaso él creía en Dios?

Don Mateo se rascó el bigote, suspiró, levantó la vista y echó para atrás la espalda hasta recargarse en el respaldo acojinado del sillón. Se quedó mirando el cielo fijamente, sin mirarlo, notando algunas nubes y se quedó pensando, y pensando, y pensando...



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