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La fe es un don de Dios


Publicación:06-10-2019
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Si hemos cumplido lo que Dios nos manda, eso es también un don suyo. Lo único que nos corresponde hacer es alabarlo y agradecer su infinita bondad.

La primera parte del Evangelio de hoy es una catequesis sobre la fe. Jesús asegura a sus discípulos: "Si tuvierais fe como un grano de mostaza, diríais a este sicomoro: 'Arráncate y plántate en el mar', y os obedecería". No nos detengamos a analizar qué clase de árbol es el sicomoro (en realidad, Jesús dice “sycámino”, que es distinto del “sycómoro” al cual se subió Zaqueo, Lc 19,4), ni el tamaño del grano de mostaza (según Jesús es “la más pequeña de las semillas”, Mt 13,32), ni qué significa “plantarse en el mar”; lo que es claro es que Jesús quiere expresar el poder inmenso que adquiere la palabra de quien tiene fe, aunque la tenga en un grado mínimo. Esto mismo lo afirma Jesús con más claridad en otra ocasión diciendo: “Os aseguro que si tenéis fe como un grano de mostaza... nada os será imposible” (Mt 17,20).

¡Nada es imposible para el que tiene fe! Esto es lo que asegura Jesús. Pero “nada es imposible” se puede predicar sólo de Dios, de quien confesamos la omnipotencia diciendo: “Creo en un solo Dios Padre todopoderoso...”. Es lo que dijo el ángel Gabriel a la Virgen María, cuando le anunció que su pariente Isabel, aunque era anciana y estéril, había concebido un hijo: “Nada hay imposible para Dios” (Lc 1,37), algo que la Virgen María bien sabía. Lo que es absolutamente nuevo es que Jesús afirma esto mismo, pero no sólo de Dios, sino también de quien tiene fe: “Si tenéis fe como un grano de mostaza... nada os será imposible”. Y al padre del niño endemoniado que le suplicaba que liberara a su hijo, pero dudaba de que fuera posible, Jesús le asegura: “Todo es posible para el que cree” (Mc 9,23).

Uno de los anhelos del hombre ha sido siempre tener poder. Si la fe concede la omnipotencia, entonces debería ser lo más apetecido por todos los hombres. Y, sin embargo, vemos que pocos la anhelan. Esto ocurre porque para creer en la palabra de Jesús: “El sicomoro os obedecería... nada os sería imposible”, es necesario tener ya la fe, y una fe firme. ¿Qué es entonces la fe? El Catecismo nos enseña que "la fe es un don de Dios, una virtud sobrenatural infundida por Él" (N. 153). Por eso la fe no es algo que podamos alcanzar como fruto de nuestro esfuerzo; es objeto de oración; hay que pedírsela a Dios. Y el que se la pide demuestra ya tenerla, pues la iniciativa la tiene siempre Dios. Por eso los apóstoles formulan una oración, pero en ella no piden la fe, que ya tienen, sino: “Auméntanos la fe”. Es la misma oración que hace el padre del niño endemoniado: “¡Creo, pero ayuda mi poca fe!” (Mc 9,24). En ambos casos la oración se dirige a Jesús en la certeza de que él puede conceder lo pedido: la fe. Es un reconocimiento de su divinidad, pues la fe es “un don de Dios, una virtud sobrenatural que Él infunde en el alma”.

Si la fe es un don de Dios, entonces todo lo que ella concede, sobre todo, el cumplimiento de la voluntad de Dios, es también un don de Dios y nadie puede presumir de tener algún mérito que reivindicar ante Dios. “Qué tienes que no hayas recibido? Y, si lo has recibido, ¿de qué te glorías, como si no lo hubieras recibido?” (1Cor 4,7). Esto es lo que afirma Jesús en la segunda parte del Evangelio de hoy: “Cuando hayáis hecho todo lo mandado, decid: ‘Somos siervos inútiles; hemos hecho todo lo que debíamos hacer’”. Si hemos cumplido lo que Dios nos manda, eso es también un don suyo. Lo único que nos corresponde hacer es alabarlo y agradecer su infinita bondad.



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