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Opinión Editorial


Las formas de la crítica


Publicación:14-03-2024
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Existen polémicas y disputas que se han prolongado de manera excesiva en el ámbito literario

Existen polémicas y disputas que se han prolongado de manera excesiva en el ámbito literario. Algunas han perdido fuerza; otras, energía; y la mayoría, vigencia.  Algo de esas peleas resuena, sin embargo, y permanece haciendo eco de ideas y creencias añejas. Una de esas batallas anacrónicas tiene que ver con la oposición entre el discurso académico y el público a la hora de hacer crítica literaria. Esta confrontación partía de dos desarrollos particulares, y no negaré aquí ni en ninguna otra parte que sus diferencias son notables, como distintos son también sus espacios de enunciación y sus audiencias. Veamos más de cerca a las protagonistas de este supuesto "pleito familiar". Por un lado, tenemos a la crítica pública, surgida con la modernidad y alojada desde entonces en las páginas de periódicos, revistas y suplementos. Por el otro, a la crítica académica, nacida dentro de las aulas universitarias, como producto y resultado de diferentes metodologías y disciplinas (filología, lingüística, teoría literaria, etc.). 

No hace falta añadir que ambas han experimentado momentos de auge y periodos de crisis. Las dos, en alguna época, han abusado de su "poder" y han caído en excesos, tales como la adicción a pontificar (y emitir, al menor pretexto, ese agridulce y engorroso sermón sobre lo que debe o no debe leerse) y el gesto soberano de adjudicarse la exclusividad para definir "lo literario" (con la consiguiente expurgación de títulos y autores indignos de sus selecciones y apologías). Ambas padecen también, en la hora actual, la hegemonía de los soportes digitales y audiovisuales (que, entre otras consecuencias, han multiplicado y diversificado los lugares de enunciación); por no hablar de la crisis de las humanidades ni de las transformaciones de la literatura. 

Uno podría suponer que la manzana de la discordia sería la argumentación: la crítica pública se concentraría en la impresión y el gusto personales, mientras que la académica lo haría en la exégesis y la metodología. Sin embargo, el desacuerdo parece radicar en la escritura misma, en el estilo. Iré un poco más lejos y sostendré que, en última instancia, estaríamos lidiando con una cuestión de géneros literarios. Porque, al igual que la literatura, la crítica se manifiesta a través de la palabra escrita. Recientemente, el profesor británico Ross Wilson publicó un ensayo sobre las formas de la crítica literaria, es decir, sobre sus medios de expresión y su relación con el estilo, el tono y la retórica. Desde hace más de 200 años, la crítica se ha manifestado en prefacios, prólogos, cartas, diálogos, notas, reseñas, ensayos, artículos, monografías y tesis. 

Cada modo de escritura de la crítica responde a circunstancias precisas y conlleva sus propios desafíos estilísticos: la concreción en la nota; la invitación (o el rechazo) a la lectura de tal o cual obra en una reseña, y así sucesivamente. Lo fundamental es que en cada uno de ellos prevalezca el ejercicio del criterio. No hablo de infalibilidad, porque la crítica trabaja más con errores que con aciertos, pero sí de un acercamiento que vaya más allá del elogio o del denuesto. De ahí mi rechazo a esa falsa oposición entre un tipo de juicio y otro. Los supuestos de la polémica los conocemos de sobra: la crítica pública sería liviana y sencilla; la académica, abstrusa y oscura. Una acercaría a los lectores, la otra, los rechazaría.  Podríamos invertir los papeles y decir que la crítica pública responde a intereses particulares (como pueden ser el mercado, la industria editorial o la amistad personal), y que la académica es objetiva y, peor aún, "científica". No habría mucha diferencia.  Para mí, lo fundamental es que la crítica sea eso precisamente: crítica, sin importar el formato, y que responda a sus propias necesidades de argumentación. ¿Por qué no tomar lo mejor de cada una y enriquecer nuestros juicios? Las formas de la crítica literaria son múltiples, pero, sin ella, se convierten en moldes vacíos. 




« Víctor Barrera Enderle »