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Opinión Editorial


Renunciar a la muerte


Publicación:01-03-2023
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Renunciar a la muerte es, para muchos adolescentes y adultos, todo un reto día tras día

Posmodernidad: carretera hacia la nada a un lado del cementerio de automóviles

José Emilio Pacheco 

Renunciar a la muerte es, para muchos adolescentes y adultos, todo un reto día tras día. ¿Cómo poder seguir viviendo una vida insoportable? ¿Cómo transformar el presente sin perspectivas hacia el futuro en algo diferente que conduzca a otros lugares mejores?

Cuando nada basta y todo es insoportable. Cuando la vida se ha convertido en algo insostenible muchas personas contemplan la idea de matarse como una forma de ponerle un punto final a todo. Algunos avanzan en la planeación y ejecución, otros, simplemente sin ton ni son, continúan por inercia como muertos en vida. Algo muchas veces peor que la muerte misma, ya que el sufrimiento se prolonga por años. 

¿Qué es lo que los llevó a suicidarse? –se preguntan sorprendidos quienes les sobreviven a quienes ya no están. Sorpresa, si se ve a detalle, un tanto ingenua. Ya que, ¿acaso esas personas no ven lo que sucede alrededor? ¿Acaso la vida para ellos es algo vivible, disfrutable? ¿No son también participes de ese clamor social e individual sin opciones?

El problema de la muerte elegida a voluntad, del suicidio, pone en el centro el asunto de la vida, de lo que implica la vida en toda la extensión de la palabra. El suicidio no es un asunto meramente psicológico o psiquiátrico, sino de lo que es igualmente el objeto de las políticas públicas, de la salud, la educación. Incluso, de lo que cae bajo el dominio de las religiones. ¿Qué acaso las religiones no se ocupan también del sentido de la vida, de abrir mundos posibles, de la transformación llamada conversión?

Cuando niños, adolescentes y jóvenes—pero igualmente adultos—se encuentran con que la vida se reduce en gran medida a mecanismos imparables de trabajo hueco y consumo desmedido. Este último, si acaso, como un igualmente insoportable respiro entre toda la vorágine de cosas por hacer; abriéndose paso el sin sentido, la angustia y la muerte…entre otras experiencias. Es en esa coyuntura cuando se considera la idea del suicidio como un límite tajante, irreversible, que muchos creen inevitable.

Lo trágico del suicidio no radica solo en su consumación, cuando alguien ya se ha quitado la vida, último eslabón de una cadena, sino en el contexto previo que lo posibilitó: la degradación progresiva de la vida y de los múltiples sentidos que se pudieron haber abierto y realizado. Eso que se dice “a toro pasado”, “Pero cómo no hizo esto o esto otro, por qué no buscó ayuda…” 

Lo grave como sociedad, gobierno, instituciones, escuelas y familias, es que estamos listos para lamentaros y culparnos entre nosotros, pero no para crear otros mundos posibles con más opciones de vida para que niños y jóvenes puedan construir un sentido de vida singular, que les sostenga en su vida diaria. 

Monterrey es una ciudad que se caracteriza, como muchas otras, por reducir el sufrimiento humano a una simple interpretación de “échale ganas y ponte a jalar”. Mantra que además se toma como un timbre de orgullo de “la avanzada regia”, “del blasón industrial del país, la Sultana del Norte” y demás ideas que se han contado y que muchos siguen creyendo. Fuente igualmente de estrés, colapso físico y mental, desesperación, alto consumo de sustancias legales e ilegales. ¿Qué por qué se piensa aquí así? Porque el pensamiento conservador de la clase empresarial es dictatorial y gusta de someter a todas y a todos, comprarles la vida y el silencio. Esa forma de vivir cree que es mejor una vida basada en una pura técnica y explotación de los recursos naturales sin importar las consecuencias para la salud física y mental de las personas, así como para la vida de la flora y fauna de la región. Sólo que en todo ese recorrido –se sepa o no, se quiera reconocer o no—se está empeñando el presente y el futuro de todos. Los proyectos de hoy serán los problemas del mañana. 



« Camilo E. Ramírez »