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Opinión Editorial


A toro pasado


Publicación:07-09-2022
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Sigmund Freud sostenía que había tres fuentes de sufrimiento: la naturaleza, el propio cuerpo y las demás personas

Siempre que algo sucede surgen expertos —esos que predicen el pasado— que opinan sobre lo que se debió de haber hecho para evitar tal acontecimiento. Si poseían semejante maravilla de información, ¿por qué no actuaron con antelación para evitarlo? 

Más allá de si es pertinente o no lo que plantean. Me interesa señalar la función social que buscan cumplir: desafectar rápidamente a la población de lo sucedido, dando la sensación de que si no hubiera sido de esa manera algo se pudo haber evitado, tener una justificación del propio dolor y fracaso; explicar “de manera empaquetada” el dolor ajeno. Lo difícil es sostener la singularidad, la absoluta diferencia de una vida, que las vidas no tienen explicación, sino implicación y respuesta caso por caso, situación a situación.

Un crimen siempre es un acontecimiento terrible. Un crimen a una mujer es un acontecimiento doblemente impactante y despreciable dadas las condiciones históricas de violencia hacia ellas y el triple calvario que padecen cuando son objeto de un delito: el delito en sí, la negligencia, cuando no la violencia estructural e institucional de las autoridades y la revictimización de algunos medios de comunicación y de un amplio sector de la sociedad, que las señala y condena, para, de alguna manera, decirles entre líneas que lo que les sucedió es su culpa. Imperando así una lógica conservadora y reaccionaria de diente por diente, de castigo, de sadismo social. Y si, si, si, también a los hombres los matan. Para quien lea estas líneas y ya tenga dicha frase prefabricada.

Sigmund Freud sostenía que había tres fuentes de sufrimiento: la naturaleza, el propio cuerpo y las demás personas. Es decir, que las tres vías, bajo ciertas condiciones, podrían comportarse de manera errática, extraña y amenazante, atentando contra nuestras vidas.

La naturaleza, si bien nos ofrece un sinfín de recursos y medios para subsistir (“la casa común”, le ha llamado el papa Francisco) también puede, en su irrefrenable movimiento, hacernos desaparecer de un “chasquido” al más puro estilo de Thanos. Y qué decir del cuerpo, ese extraño e inevitable compañero de vida, que, una vez que se forma y sale del vientre, está condenando a morir. (¿Quién me ha untado la muerte en la planta de los pies el día de mi nacimiento?, Jaime Sabines) no sin antes, unos más y otros menos, a padecer sus diversos malestares, desgaste y achaques, aquel dolor, aquella enfermedad que irrumpe incomodando, planteando una nueva toma de posición al respecto: ¿le hacemos caso o lo ignoramos? Por su parte, el otro, los demás, los semejantes, sin bien pueden ser los entrañables amigos y queridos compañeros de viaje, quienes nutren, cuidan y apoyan, también pueden jugar el rol de los adversarios y enemigos, de los cuales hay que cuidarse y, muchas veces, defenderse. Pero como la vida humana es compleja y paradójica, bajo ciertas experiencias las fronteras y bandos amigos/enemigos se pueden intercambiar y superponer, los amigos volverse enemigos y viceversa, con cada uno de ellos se puede sostener relaciones ambivalentes, como también lo evidenció Freud. 

Entrar en relación con alguien siempre implica una cuota de sorpresa, riesgo y apuesta, un salto de fe y esperanza, podríamos decir. Por ello es tan terrible la traición y el crimen que ejerce alguien de quien se esperaba atención, amor y protección; aquella persona en quien se confiaba y de la que no surgió vida, sino destrucción y muerte.



« Camilo E. Ramírez »